Poemas de amor, de soledad, de esperanza
de
Francisco Álvarez Hidalgo
Selección de los lectores
Edición N°4 - marzo 2015
Eduardo Alberto Sánchez Ferrezuelo - Castillo de Zamora (2006)
Eduardo Alberto Sánchez Ferrezuelo - Castillo de Zamora (2006)

Índice

Poemas:
La Asamblea de los Muertos I - Bellido II - Rey Don Sancho III - El Cid IV - Diego Ordóñez V - Arias Gonzalo VI – Doña Urraca VII - Ben Samuel VIII - Garci Fernández IX - Nuño Enríquez Epílogo

Poemas

La Asamblea de los Muertos
Prólogo – Doctor Magicus
Diferente de la nuestra, los muertos tienen su vida, y merodean de noche como sombras fugitivas por las mismas callejuelas, o castillos, o abadías, que recorrieron antaño, previa su estancia en la cripta. Yo vi la Santa Compaña en los montes de Galicia quedándose su salmodia en la arboleda dormida. Y en las Asturias he visto bardos y sacerdotisas revivir los sacrificios de los rituales druídas. Yo soy una mente inquieta, de profesión alquimista, y en el almirez combino realidad y fantasía. He convocado a mi lado los espíritus que un día fueron testigos o autores en la guerra fratricida que emplazó frente a Zamora a Don Sancho de Castilla. Traición, lealtad, engaño, venganza, agresión, intriga, y una versión de los hechos que a mi mente inquisitiva parecía fluctuar entre verdad y mentira. La historia es sólo el dictamen de quien la ha dejado escrita, con su pasión, sus prejuicios, su ignorancia o su malicia. Y di a cada personaje que se presentó a la cita la oportunidad de hablar, sincera y no restringida.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
I - Bellido
“…llámase Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido; cuatro traiciones ha hecho, y con ésta serán cinco.”
Miente quien canta esos versos, miente quien los haya escrito, y quien dé fe al romancero se está mintiendo a sí mismo; que nunca usé villanía, siendo hidalgo bien nacido. Aunque haya normas de guerra, la guerra misma es delito, y eludirla debe ser el primordial objetivo. El traidor fue el Rey Don Sancho, como hermano y como hijo, joven imberbe, ambicioso, que mereció su castigo. Yo lo maté, no lo niego, y nunca me he arrepentido, que aunque la historia ha fallado contra mí su veredicto, me absolvieron las esposas, y las madres, y los hijos, de los guerreros que hubieran muerto sobre el campo frío. Muera uno sólo por muchos, homicidio o regicidio, antes que muchos por uno, inútilmente abatidos. Ah, la historia, qué villana, que razona el exterminio, y a los patriotas apoda traidores, si son vencidos. Zamora, la bien cercada, al inmolar mi prestigio, salvé tus calles del fuego, la vergüenza y el cuchillo. Ah, las razones de estado, el gobierno y su cinismo, Doña Urraca, Arias Gonzalo, más que consejero, esbirro. Como traidor me trataron, sometiéndome al suplicio de cuatro potros salvajes descuartizándome vivo. Y al resonar en sus mentes mis agonizantes gritos reconocieron mi hazaña sin atreverse a admitirlo. Oh, política tartufa, prostituta de caminos, que reniegas del vasallo, y aprovechas su servicio Aunque me juzgue la historia como traidor, no lo he sido.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
II - Rey Don Sancho
“…quien vos la tomara, hija, la mi maldición le caiga. Y todos dicen amén, sino don Sancho, que calla.”
Dividió mi padre el reino que tanta sangre costara, y más que injusto conmigo, fuera injusto con España. Un frente común urgía contra el moro, y un monarca; que no luché contra hermanos por ambición o arrogancia. Tal vez joven impulsivo, pero con ideas claras, aunque derroté a los otros, fracasé en la última etapa, víctima de la imprudencia, no de un descalabro de armas. Ay del ingenuo que forja con traidores alianza, que no engaña al enemigo, sino a sí mismo se engaña.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
III - El Cid
“El Cid apriesa cabalga, sin espuelas lo ha seguido, nunca lo pudo alcanzar, que en la ciudad se ha metido”
Por lealtad al Rey muerto me opuse a emprender la guerra, y en lealtad al Rey vivo acepté luchar en ella, que no es de fieles vasallos debatir a la realeza, y al guerrero corresponde sólo el brío y la estrategia. Sobre Zamora vinimos, Zamora, de altas almenas, y su línea de murallas decidió nuestra frontera. Rey Don Sancho, cómo fuiste tan audaz en la pelea, tan impaciente en la calma, tan incauto a las promesas. Mezcló sus aguas el Duero con tu sangre en la ribera, y descendió murmurando su dolor sobre la arena. Aún hoy encolerizada el alma se me revienta viendo escapar a Bellido por lentitud de Babieca, y maldigo al caballero que cabalga sin espuelas.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
IV - Diego Ordóñez
“Yo riepto a los de Zamora por traidores conoscidos… Por eso riepto a los viejos, por eso riepto a los niños, a los que están por nacer, hasta los recién nacidos…”
Cómo se le fue la vida al despertarse la aurora, abatido por la muerte, quien no supo de derrotas. De las heridas brotaron dos fuentes de sangre roja, y entró el venablo en mi alma, que ni olvida ni perdona. Castilla traición lo llama, aunque no lo haga Zamora, y traidores son aquellos que a los traidores acojan. Mucho se ha dicho y cantado en romances y en historias sobre el lenguaje excesivo de mi reto; y se ignora que esas palabras floridas son el arpón que se arroja como acusación de un crimen que la población condona. Y si hoy tuviera que hacerlo, lo haría en la misma forma.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
V - Arias Gonzalo
“¿Qué culpa tienen los muertos de lo que hacen los vivos? Y en lo que hacen los hombres, ¿qué culpa tienen los niños?”
Vuestro pregón, Diego Ordónez, peca de grandilocuente, y la inculpación que entraña, no sólo es grotesca, ofende. Serví fiel a Doña Urraca, defendí sus intereses, y fue mi comportamiento como el honor lo requiere. ¿Podría afirmar lo mismo el hijo que contraviene la voluntad de su padre? Ni pudo entonces ni hoy puede. La razón del Rey Don Sancho fue la razón del más fuerte, y no es traidor quien consigue por la fuerza defenderse. Bellido no fue enviado, y quien lo diga así, miente, pero por su desenlace su operación se agradece. Contra ti fueron mis hijos, aunque encontraran la muerte los cuatro, y hubiera dado veinte si tuviera veinte. Que poco importa la vida si el honor no se mantiene.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
VI – Doña Urraca
“A mí, porque soy mujer, dejaisme desheredada: Irme he yo por esas tierras como una mujer errada, y este mi cuerpo daría a quien se me antojara, a los moros por dinero, y a los cristianos de gracia”.
Dividió mi padre el Reino, no lo dividiera nunca, que fue una herencia de muerte, de traiciones y amarguras. Apenas bajó su cuerpo a la sombra de la tumba, se alzó en pie de guerra Sancho contra la voluntad suya. Donde dejó su caballo marcadas las herraduras, la tierra volvió a Castilla por el valor o la astucia. Zamora fue mi parcela, como fue su desventura. ¿Con qué derecho mi hermano pudo exigir mi renuncia? Quien en sus armas confía, quien de su poder abusa, pronto verá que su alcázar de arrogancia se derrumba. No goberné por decreto, ni dicté leyes injustas, que fue el pueblo zamorano quien decidía en las dudas. Y decidió hacerle frente a quien presentó la lucha. En la guerra, es bien sabido, sin cortapisa ninguna el guerrero en cada bando su triunfo final procura, que al matar al enemigo no hay sentimiento de culpa. Bellido así lo entendió, y aquellos que lo denuncian miren sus manos sangrientas, y sus propias almas sucias, que cada muerto en batalla lleva una víctima oculta. ¿No somos todos Bellidos bajo distinta armadura?
Los Angeles, 11 de julio de 2000
VII - Ben Samuel
(Historiador judío) "Entonces, yo te avisaré para que salgas con tu ejército y ninguno de ellos podrá oponerse. Te guiaré por toda Judea hasta llegar al corazón de Jerusalén. Tú los llevarás como ovejas sin pastor, y ni siquiera un perro ladrará contra ti." (Libro de Judit, 11, 18-19)
Joven viuda, de belleza tan sólo igual a su brío, salió Judit de Betulia cruzando al campo enemigo, y habló de entradas secretas con el general asirio. De su belleza hizo un arma tan letal como un cuchillo, y su doblez no fue menos que la doblez de Bellido, pleitesía el zamorano, y la hebrea el erotismo, tanto la una como el otro diestros en hablar fingido. Cada cual usó sus medios, que en el fondo eran los mismos, sin escrúpulos, sin dudas, tras idéntico destino. Y hoy en Bellido hay traición, y en Judit hay heroísmo. Así se escribe la historia. Qué distinto hubiera sido si el asedio de Betulia lo hubiera escrito un asirio, y un trovador zamorano los romances de Bellido.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
VIII - Garci Fernández
(Historiador castellano) ”Tiempo era, Doña Urraca, de cumplir lo prometido”.
No hay duda de la traición, que al declararse vasallo del Rey Don Sancho, Bellido lo aceptó por soberano. Si la infanta Doña Urraca, tanto como Arias Gonzalo, rechazan la connivencia de que se les ha acusado, no hay crédito en sus palabras, que el mentir es necesario al oficio del gobierno si existe razón de estado. Hubo una conspiración, y Bellido fue el sicario que hallara prisión y muerte, por éxito o por fracaso. Los poderes de Zamora se lavarían las manos, como en otras circunstancias también lo hiciera Pilatos.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
IX - Nuño Enríquez
(Historiador zamorano)
Está la senda del triunfo empedrada de sorpresas, y es posible que Zamora tuviera un arma secreta en los planes de Bellido para terminar la guerra; o quizá este caballero, este héroe con mala prensa, fue una explosión espontánea, nacida de su conciencia. ¿Qué es un traidor? En su bando, un patriota con careta, alguien que arriesga la vida por el triunfo de una idea, ni más ni menos que aquel que en la batalla pelea, aunque utilizando medios de más ingenio que fuerza. ¿Y en las filas enemigas? ¿Qué importa lo que ellos piensan? También matan por la espalda, y entre sus tácticas cuentan agresiones arbitrarias, argucias y estratagemas. En los conflictos violentos se han de ver las consecuencias de cada acción, que en Bellido fue el final de la contienda.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
Paisajes de claroscuro, perspectiva en blanco y negro, luz sofocada en las sombras... cómo amamos los extremos. Exaltamos la taberna, y profanamos el templo, se venera la virtud, y se goza el desenfreno, rompemos en carcajadas, y nos asfixia el lamento, y el fervor místico se une a corazones blasfemos. La intolerancia nos veda aceptar términos medios, y mártires o traidores tan sólo reconocemos. Y esa gama luminosa de azules, rojos intensos, de grises, de verdes suaves, de amarillos...no la vemos. Hemos nacido amasados de la nevisca y el fuego, del silencio y la estridencia, de la impavidez y el miedo. Si dejamos imponerse a uno de estos elementos, el dictamen emitido será falso o contrahecho. Angulos y aristas cuentan, salientes y recovecos, matices, sombras y luces, temperatura y reflejos; nada es totalmente blanco, nada enteramente negro, ni en el carácter del hombre, ni en la historia de sus hechos.
Los Angeles, 11 de julio de 2000
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