Jean-Honoré Fragonard - La lectora (c. 1770-1772)
Breverías
117
De mi ribera a tu ribera, un puente
cruza a zancadas sobre el agua clara;
fluye y llora en sus ojos la corriente,
como lloran los ojos de tu cara;
avanza el corazón, duda la mente,
y a la vez que nos une, nos separa.
Mas yo lo habré de atravesar un día,
y tu ribera habrá de ser la mía.
Los Angeles, noviembre de 1997
241
El cielo está desnudo, el mar en calma,
y en el azul mi blanca nube flota,
soñándote nostálgica y remota,
con ansias vivas de robarte el alma.
Los Angeles, agosto de 1998
481
Me recliné, mirando a la distancia,
en la baranda del embarcadero,
y percibí en la brisa la fragancia
que tiempo atrás en tí advertí primero.
Graznaban en confusa discordancia
blancas gaviotas. Lejos un velero...
Y al deslizar mi mano a tu cintura
sentí mi soledad y mi amargura.
Los Angeles, septiembre de 1999
Sonetos
161 - Voz del más allá
“Lusy”, perrita de 15 años, dormida para siempre.
Abre a la luz los ojos, y encadena
las lágrimas vertidas a raudales,
que he alcanzado los campos siderales
libres de adversidad, fatiga y pena.
Nada en mi nueva juventud me frena,
porque aquí somos todos inmortales,
sin las limitaciones y los males
a que la vida en tierra nos condena.
Fue contigo magnífica mi vida;
tanto te amé, aún más en la partida,
que no has de lamentar tu decisión.
Sentí tu mano en mi último momento,
tu suspiro mezclado con mi aliento;
y al partir, me llevé tu corazón.
Los Angeles, 6 de marzo de 1999
162 - Gipsy recibe a Lusy
He atravesado a nado el manso río
que marca de la vida la frontera,
y al punto de pisar la otra ribera
mi cuerpo ha recobrado nuevo brío.
Sobre la fresca hierba y el rocío
se respira perenne primavera,
y una recién hallada compañera
trota incesantemente al lado mío.
Gipsy durmió el postrero de los sueños
hace tres años ya, pero en sus dueños
no se han cerrado aún las cicatrices.
No nos lloréis, que no nos hemos ido.
Siempre en la noche oiréis nuestro ladrido,
y sabréis que las dos somos felices.
Los Angeles, 8 de marzo de 1999
163 - El tránsito
Loles
¡Cómo fueron los años triturando
a duros martillazos su energía!
Y cómo me negué día tras día
a aceptar el final que iba llegando.
En sus ojos la luz se fue enturbiando
en neblina de gris melancolía,
y otra neblina en la mirada mía
desenlazada en lágrimas rodando.
Se fue serenamente, sin temores,
y una aglomeración de ruiseñores
la transportó a un palacio inmaterial;
y desde allí me observa cariñosa,
tras la cristalería luminosa
de un mágico y etéreo ventanal.
Los Angeles, 11 de marzo de 1999
228 - Sensual
Sobre la ardiente desnudez resbalas
vibrante el tul de la sensualidad;
revestida del aire, en libertad,
tal que dotada de ligeras alas.
Rígidos los pezones, como balas
a punto de disparo; voluntad
creadora de una complicidad
que más te entrega cuanto más regalas.
Actitud receptiva y receptora,
que en cada cavidad sorbe y devora,
y lo inflexible en suavidad exprime.
Paréntesis de muslos entreabiertos,
encerrando en firmeza mis injertos,
cómo tu voz entre sonrisas gime.
Los Angeles, 21 de julio de 1999
255 - Silencio
No me ofende el silencio que he elegido,
me ofende, sí, el silencio que me impones,
porque pretendes aducir razones
que sólo en tu razón han hecho nido.
Razones que no llegan a mi oído
disfrazadas están de presunciones,
más bien prefiero recriminaciones,
que el mutismo carece de sentido.
El silencio es extraño veredicto
que sin juicio o defensa halla un convicto,
dejando irresoluble su problema.
Si has de callar, callemos. Pero evita
esa mirada torva, que me grita
en su mudez con acritud blasfema.
Los Angeles, 16 de agosto de 1999
Poemas
Despertar sin ti
Antes del alba ni los perros ladran,
ni serpentea el tráfico, y la luna,
obstinada noctámbula, dormita
en la callada claridad difusa.
Son horas de silencios subterráneos,
y de inmovilidad de sepultura,
a la espalda del sueño, reclinado
sobre la intimidad de la penumbra.
Y yo salgo de mí, mas no te encuentro,
tan sola en esta habitación oscura,
tan frío el otro lado de mi lecho,
tan lejos de tu cuerpo, tan desnuda...
Y consiento a mis manos
seguir sobre mi piel la misma ruta,
ingenua y atrevida,
que siguieron las tuyas.
Qué soledad de amaneceres tristes,
viajera sin tí en la noche en fuga,
sólo con la caricia imaginada
que en mis trémulos dedos se refugia.
Me asalta tu presencia ineludible
y en abrazo incorpóreo me arrulla,
se me arquea la espalda,
y me siento flotar como la espuma.
Oh, mi mar, mi marea inagotable,
llévame una vez más. Tanta renuncia
me tritura los huesos del recuerdo,
y todo en mí sin fuerza se derrumba.
Cómo se acerca el alba, y tú no vienes,
continuidad de deserción nocturna,
siguiendo las semanas a los días,
luego meses tal vez, y quizá nunca;
con sed de tí, con hambre que desgarra,
con desesperación y con angustia...
Negra es la noche de tu ausencia, negra,
y el despertar sin ti, qué desventura...
Los Angeles, 15 de octubre de 1999
Soledad sonora
“La música callada,
la soledad sonora...” (San Juan de la Cruz)
Desplegando sus alas el silencio
cuando la voz de tu canción fue mía,
cerré el oído al griterío externo,
para escuchar tan sólo tu sonrisa;
esa sonrisa tan imperceptible,
que tanto me acerqué a tí para oírla.
Tú mi violín, y mi contacto el arco
que hizo vibrar tus más íntimas fibras
en música callada, ajena a todos;
sólo yo percibí tu melodía.
Y el alborozo, la efusión, el brío,
fue una erupción enérgica y furtiva
resonante en nosotros, muda a extraños,
que nadie le oye al alma cuando grita.
Eso fue ayer; estabas a mi lado,
y mi imagen brillaba en tu pupila.
Pero el fuego del tiempo ha reducido
múltiples calendarios a cenizas,
y aquel amor de entonces, hoy cadáver,
en descomposición yace en la cripta.
Hoy, de nostalgia y soledad transido,
aún te retiene el corazón cautiva,
retirada de mí, y a mí sujeta,
tan presente, y en tanta lejanía.
¿Qué mágico poder habrá arrancado
el mundo de mi entorno, que mi vida
no toca ya, ni escucha, ni percibe
color, sonido, imágenes ni aristas?
Perdido estoy en un vacío absurdo,
en un silencio y soledad sombría.
Pero dentro de mí, desgarradores,
hay gritos de dolor que me acuchillan.
Los Angeles, 27 de noviembre de 1999
Adiós, mi compañero
El día que Argos se durmió para siempre.
Si me pregunta el rayo de la luna
dónde están tus profundos ojos negros,
responderé que hay dos estrellas nuevas:
Adiós, mi compañero.
El trueno explotará en las soledades
de las lluviosas noches del invierno
sin hallar tu ladrido por respuesta:
Adiós, mi compañero.
Las cuevas de tu oído se cerraron
a los sonidos, y te amó el silencio,
y el silencio final hoy te arrebata:
Adiós, mi compañero.
Se derramó mi gozo en tu alegría
convirtiendo mis juegos en tu juego,
y mi caricia leve en tu lamida:
Adiós, mi compañero.
Y cuando la serpiente del dolor
enroscó los anillos en tu cuerpo,
mi sufrimiento fue al compás del tuyo:
Adiós, mi compañero.
Aunque te hice partir, no hubo abandono,
mi mano en tí hasta el último momento,
y aún hoy mi llanto como aquel instante:
Adiós, mi compañero.
Sé que en las tardes buscaré tu espalda,
y a mis pies sólo habrá un soplo de viento
que me dirá que pasas de visita:
Adiós, mi compañero.
Y sé también que libremente corres
por un mundo mejor, campos abiertos,
con aquellos que se te adelantaron:
Adiós, mi compañero.
Desde las altas torres de la aurora
hasta las ruinas del ocaso en sueños,
trotarás las estepas de las nubes:
Adiós, mi compañero.
Y en ocasiones detendrás el paso
como si oyeras un rumor de lejos;
no es más que mi recuerdo que te añora:
Adiós, mi fiel, mi alegre compañero.
Los Angeles, 17 de diciembre de 1999