Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Pálida Muerte - España (1936-1939)
Paracuellos del Jarama
Santiago Carrillo, responsable de las matanzas de 1936, recientemente nombrado Doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Vergüenza para una entidad que ignora los antecedentes asesinos del ex Secretario del Partido Comunista. “Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. (Jorge Santayana)
Las cárceles se hicieron para el crimen, pero han sido pobladas de sospechas; el inocente languidece dentro, el asesino se envanece fuera. Tiempo de víctimas y de verdugos, ya en aras de la paz o de la guerra, con el tiro en la nuca, en retaguardia, con el tiro en el pecho, en la trinchera. Madrid tiene caminos que nadie quiere recorrer, vergüenzas que nadie quiere revivir, memorias que mueren antes de dejar la lengua. Un hombre era una línea de inventario con derecho a disparo, una silueta destinada a caer, a diluirse en la fosa común, bajo la tierra. Los nombres de la lista tal como impactos de balazos suenan en la sórdida cárcel. Despedidas. No hay delito, ni culpa, ni inocencia. De dos en dos, atados por los codos, serenata de insultos y blasfemias en la tiniebla de la noche helada, la caravana de la muerte rueda. Al brusco ronroneo de los motores los camiones tiemblan, y a la luz de la luna arrastran sombras densamente negras, anticipado luto efímero, sin huellas. Bajo la lona el ángel del silencio tiende las alas. Hay una colmena de rezos musitados en el umbral de la última tristeza. El rencor tiene garras afiladas, colmillos de pantera, la ignorancia se emboza en el abuso y en la prepotencia, se oculta en presunción, en atropello, ni inquirirá ni esperará respuesta. Y así el patán se erigirá a sí mismo en potestad, y sin saber de reglas, formulará patrón y directrices, y dueño de la fuerza, cacique de la vida y de la muerte, podrá dictar y ejecutar sentencias. Gargantas de fusiles y pistolas escupen la gangrena de oscuras mariposas que hacen doblar las piernas, brotar la sangre, liberar el alma, perdiéndose los ojos en la niebla. Ay, Paracuellos del Jarama, noches de repetidas, trágicas escenas, del terror de las víctimas truncadas, del cazador de vidas, que cosecha números, y gemidos, y orfandades, con el afán del tirador de feria. Ay, Paracuellos del Jarama, tumbas bajo la prisa y el candil abiertas, donde se hacinan en inmenso abrazo quienes murieron de cualquier manera, sin saber las razones, quienes llevaban, como cruz a cuestas, el Inri de su fe, su ideología, los ramalazos de su adolescencia, o sus vidas anónimas, transcurridas sin causas, sin polémicas. Ay, Paracuellos del Jarama, turbia, subterránea ciudad, muda, sangrienta, campos sembrados de hombres que no germinarán para la siega. Los asesinos de hoy, serán mañana dirigentes de olvidos y promesas, como el gángster de ayer, hoy tornadizo, en téminos políticos se expresa. Por mucho que revoque su fachada, la piqueta del tiempo la detecta. Qué fríos y qué blancos, qué dormidos, esos huesos anónimos. La hierba desciende sus raíces hasta el fondo, mensaje mudo de sonrisa fresca. El Paraninfo huele a insultos, panegíricos y fiesta.
Los Angeles, 22 de octubre de 2005
Diseño: Carmen Álvarez
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