Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Pálida Muerte - Mascotas
Argos
Hay hombres que los años no envejecen, cuya niñez les lleva de la mano, y hay perros que a sus amos se parecen, revelando un carácter casi humano. Oh, mi cachorro, que jamás creciste, juvenil en estilo y en el juego, presto siempre al afecto, nunca triste, más inclinado a dádivas que a ruego. Flota en la oscuridad de tu mirada hondo misterio y claridad de espejo, que en silenciosa voz alborozada me responde a través de su reflejo. Tanto impulso en los nervios anudado, en otra época libre y explosivo, hoy gesto por la edad debilitado, si más frágil, no menos afectivo. No hay rosa que no llegue a marchitarse, fortaleza que el tiempo no destruya, fuego que un día no logre a apagarse, vida imperecedera, mía o tuya. Ambos seguimos juntos un camino que nos imprime idéntica fatiga, que nos conduce a idéntico destino, que a idéntica tortura nos castiga. El silencio te abraza, rechazando los rumores que acuden a tu oído, cerrado a toda voz, sólo escuchando la incisiva señal de mi silbido. Ya tendido a mis pies, ya la cabeza reclinada gentil en mi rodilla, cuánta dulzura y singular belleza al fondo negro de tus ojos brilla. Qué difícil resulta incorporarse cuando la agilidad se nos repliega, sin perder el deseo de entregarse, aún conociendo lo arduo de la entrega Oh, mi leal amigo y compañero, alerta sobre mí, ajeno al quejido, con aspecto bravío de guerrero, y ternura de niño adormecido. Cómo se acerca el fin, y no sabemos ni cómo irás, ni cuándo; pero al irte tu recuerdo en el alma guardaremos, y allí jamás, jamás has de morirte. Ven a mi lado manso, silencioso, yace a mis pies, cachorro envejecido, que no turbará nada tu reposo; quédate, amigo, junto a mí dormido.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1999
Diseño: Carmen Álvarez
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