Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Hablando

Índice

Sonetos:
Matar la sombra Me invaden tus palabras Santoña, 1953
Poemas:
Mujer con chador Hablemos Amada imposible Mujer de cuarenta De tantas formas
seperador

Breverías

1951
Pasa el viento en silencio. ¿Puede callar el viento? No, que arrastra rumores; no es el viento, es la brisa; el viento es carcajada, no sabe de sonrisa; ésta es muda, es el ángel del enternecimiento. Si una mano invisible te roza la mejilla, si ves las hojas verdes del álamo temblar, y si el rizo del agua se te acerca a la orilla, alguien, no ya la brisa, te quiere sondear.

1952
A la escucha en la noche; que nada me distraiga; no hay rumores ni pasos en el silencio oscuro; está inmóvil el mundo, y yo espero que caiga el campanario, el roble, la cristalera, el muro; cualquier cosa que pueda desplomarse en estruendo, que me devuelva el justo sentido de la vida; ya que sólo percibo mis latidos, batiendo bajo el tambor del pecho, con el alma encogida.

1953
Regresan las cigüeñas al campanario, también las golondrinas a los balcones, desciende de las nubes el visionario, retornan a sus bases los galeones, pero no reaparece en el calendario la fecha malgastada. Las ilusiones que murieron con ella no resucitan, perecederas rosas que se marchitan.

1954
Quien dijo adiós un día, quien desierta dejó la mano que le sostuviera, y enmudeció, perdiéndose en la noche, regresará tal vez con nueva oferta. Y tú, ¿qué harás, que sigues a la espera? ¿Dejarle entrar sin formular reproche?

1955
Se me duerme el otoño en este ocaso, quedando tanta ruta inexplorada, percibiendo más débil cada paso, aunque la voluntad menos cansada. Llama el invierno, sin que yo le atienda; aún tengo cielos que volar, y hay mares que debo navegar, y tanta ofrenda por destinar a múltiples altares…

Sonetos

1970 - Matar la sombra
Quisiera estar más solo todavía, solo, sin su recuerdo lacerante; que se avenga a morir mi afán de amante, más bien que prolongar esta agonía. Náufrago soy del galeón que un día me llevó a extraño mar, playa distante; nunca fui capitán, fui tripulante, sin otro norte que la travesía. Y partió el galeón de madrugada. Desde esta isla rocosa, inhabitada, donde quedé, contemplo el mar desierto, en espectral, desoladora espera. ¿Olvidar es morir? Ay, si pudiera matar la sombra que me deja muerto.
Los Angeles, 13 de octubre de 2008
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1971 - Me invaden tus palabras
Me invaden tus palabras, las sonoras, las blandas de ámbar, las de vivo rojo, las que al labio se asoman, las que al ojo, mudas, oblicuas y conspiradoras. Como tú a veces, silenciosa, exploras mi intimidad, resuelta y sin sonrojo, lo haces también con tu habitual manojo de requiebros, de voces seductoras. Me llegan como arriba la marea que en la playa me lame y me rodea en abrazo yacente y exhaustivo. No sólo en verdiazul, sino en la gama completa de arco iris que derrama sobre mí tu fervor provocativo.
Los Angeles, 13 de octubre de 2008
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1972 - Santoña, 1953
Eran blancas las olas, espumosas, contra el abrupto gris acantilado; arriba, el viejo faro abandonado, gigante muerto en pie. Tardes lluviosas del encinar del Dueso, luminosas noches de luna en el Puntal, callado fuerte de San Martín, refugio aislado de tímidas parejas amorosas. Remendando las redes, en el suelo, mujeres enlutadas, bajo un cielo de claro añil, frente al azul del mar. Y los barcos pesqueros, afanando, unos partiendo y otros regresando, y olor de atún y anchoas al pasar.
Los Angeles, 15 de octubre de 2008

Poemas

Mujer con chador
He visto un rostro de mujer, sin cuerpo, como evadiéndose por la abertura de su ropaje oscuro, pliegues de tradición…, o de centurias de servidumbre, de confinamiento a desvanes y sótanos de injuria. Rostro arrugado prematuramente, y tras los ojos de callada angustia, una mente tribal, anquilosada, y alma, como la piel, llena de arrugas. Vaga por el bazar cada mañana regateando en frutas y verduras; se cuece bajo el sol, y nunca ha visto la sonrisa apacible de la luna. Y sin embargo no hay tristeza en ella, como tampoco hay ilusión ni música. No hay noche o día en sus alrededores, un crepúsculo neutro la circunda. Es una máquina de vida humana que apenas piensa o siente o se disgusta. Camina lentamente por el sendero polvoriento; hay una tenue resignación en la cadencia de sus pasos, un deje de amargura, pero no aprendió nunca rebeldías, siempre sumisa, sin hacer preguntas. Obediencia y silencio. Su hombre lleva autoridad y látigo en la turbia relación de familia; sirve y calla. Ni en las cálidas noches de lujuria se le tolera ardor ni iniciativa, ni la femineidad de ser, desnuda, tentación, avidez o galanteo, sino conformidad de prostituta que abre los muslos y recibe el golpe de implacable descarga prematura. Mujer de negro, con el luto al hombro, aun con tan recio sol, cuánta penumbra.
Los Angeles, 13 de octubre de 2008
seperador
Hablemos
Esta noche hablaremos. Sosegarán su vértigo las manos. Flácido el sexo, yacerá dormido en la plácida calma del abrazo. No hay mucho que decirnos, y sin embargo hay tanto… Nos lo hemos dicho todo tantas veces, quizá otras tantas lo hemos olvidado, si no ya las palabras, su sentido. No es importante repetir ‘te extraño’, ni las arcaicas fórmulas del amor rutinario, cuyas aristas ha limado el tiempo, y ahora pasan rodando. Hable la exactitud de las acciones, más que el lenguaje arcaico, trivial moneda desvalorizada, inmóvil maniquí, fugaz relámpago. Tiempo atrás escuché cada palabra surgiendo de tus ojos, como un rayo de suavidad rasgándome las nubes, las nubes que hoy me asfixian paso a paso. Ya no hay diafanidad, el humor duerme, y con muletas anda el entusiasmo. El alma, de cristal, presiente el brusco, funesto martillazo que ha de quebrarla irreparablemente, aunque tiene la fe de los milagros. Háblame desde dentro, sin maquillaje, con el arrebato y la espontaneidad de quien desnuda cada expresión, a seda y a disparo. Rejuvenece cada sentimiento que ha envejecido al paso de los años, desbórdese de nuevo y me empantane, siendo torrente lo que es hoy remanso. Devuélveme la convicción que tuve en tu lenguaje y en tus ojos claros. Hablemos esta noche, hasta el amanecer. Luego durmamos.
Los Angeles, 14 de octubre de 2008
seperador
Amada imposible
Ah, la amada imposible, que no me supo amar, no quiso amarme, o se encerró en la hermética clausura de su incomodidad, sus nimiedades. Y sin embargo sigue, faro en la costa, cerro en el paisaje, mojón en el plantío, punto de referencia inevitable de mis sueños, propósitos, anhelos, en cada noche, amanecer o tarde. Ella lo sabe, como sabe el río por dónde va y a dónde, como saben, en su balcón de sombras, las estrellas que es hora de asomarse, como la alondra definiendo el tiempo de construcción del nido en los nogales. Lo saben, no lo piensan, es instinto fijo en su fondo oscuro o rutilante. Y así mira mi amada, distraída, como mira al jarrón de tulipanes en la esquina del cuarto, algo que está, que no lleva mensaje. Y yo la miro como lo hice siempre, como el espíritu enfundado en carne que mi mente y mi sexo penetraran, y poseyeran con fervor de amante. Esta mi calle ya no es de ida vuelta, es de una dirección, y agonizantes la transitan mi llanto y mis recuerdos, pero ella no los ve, ya no es su calle.
Los Angeles, 14 de octubre de 2008
seperador
Mujer de cuarenta
Ha llegado una nueva mujer al vecindario, dos hijos y tres perros, y un marido elusivo; la mujer, de cuarenta, tiene cierto atractivo; tomo nota de entradas, de salidas, de horario. La mujer, de cuarenta, camina con la airosa, sosegada cadencia de quien no tiene prisa; sabe mirar de frente, y esboza una sonrisa que atraviesa la calle. Parece casi hermosa. La mujer, de cuarenta, tiene cintura breve, firmes senos redondos, caderas ondulantes… ¿Cómo pude mirarla sin llegar a ver antes la exquisitez y el ritmo con que al andar se mueve? La mujer, de cuarenta, se me va apoderando de una zona del alma, y un rincón de la piel; en sus labios de grana y en sus ojos de miel parece haber un brindis que se va insinuando. La mujer, de cuarenta, se ha tornado en marea que ha invadido mi playa; la miro cada día directa, intensamente, y ella me desafía manteniendo la vista, como quien lo plantea. La mujer, de cuarenta, me ha invitado a su casa. El marido, al trabajo, los niños en la escuela. Y en alcoba de espejos al fin se me revela su desnudez espléndida, que me envuelve y abrasa.
Los Angeles, 14 de octubre de 2008
seperador
De tantas formas
Te lo he dicho en silencio y desde lejos, en lenguaje de estrellas; te lo he dicho en las huellas grabadas en tu calle, en los espejos que duplicaron nuestro abrazo un día, y que aún repiten lo que dije entonces, como lo hacen enfáticos los bronces del campanario gris de la abadía, a cuya sombra, y entre la enramada, tantas cosas te dijo mi mirada. Te lo sigo diciendo en el bullicio de los gorriones de la buganvilla que trepa a tu balcón, justo a la orilla de la alcoba en que, intenso y subrepticio, estallara el amor; y en cada gota de lluvia resbalando en la ventana, que ambos, en fecha, al parecer, remota, mirábamos rodar una mañana. Y lo digo en los pliegues de la almohada que compartimos, que aunque no se vea, mantiene mi relieve y te tantea cada noche al dormir, tan delicada. De tantas formas te lo estoy diciendo, en silencio, en rumor, en alarido… Pero ni oyes ni escuchas. Lo comprendo: Yo aún tengo los recuerdos, tú, el olvido.
Los Angeles, 15 de octubre de 2008
Diseño: Carmen Álvarez
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