Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Otoñal

Índice

Sonetos:
Daniel (Ocho meses) Emperador Necesito gritar Sonrío
Poemas:
Nueva Orleáns Otoño (I) Leyéndome
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Breverías

1391
Si al trasponer el túnel de la muerte se me abriera la puerta de la vida, seguiría tus huellas hasta verte despuntar como nueva amanecida; si no pudiera entonces retenerte, regresaría al punto de partida. ¿Para qué repetir la misma etapa si de nuevo tu imagen se me escapa?

1392
Todo lo diera, el mar azul, el cielo, mi vestido de gloria y luz, las rosas, el contrato a que aspiran las esposas, la libertad de la gaviota en vuelo, por alcanzarte un mes, una semana, y entre mis manos exprimir tu vida; aunque me asesinara tu partida al clarear de la última mañana.

1393
No tuve mucho, para mí fue todo, y aquello poco un día lo perdí como diamante hundiéndose en el lodo, y al fin, yo, tan entero, me rompí. Hoy los bloques dispersos acomodo en doble dimensión de ahora y aquí. Si un nuevo descalabro me acontece, será una sombra que se desvanece.

1394
Mi momento vendrá al venir el tuyo, y ambos momentos ya se van gestando; no me pregunto cómo, dónde o cuándo, sólo sé que en ti misma me diluyo.

1395
Cuando en el alma siento anochecer, y tal vez desespero o me acongojo, recupero la aurora si me arrojo al seno acogedor de una mujer.

Sonetos

1341 - Daniel (Ocho meses)
Al fondo claro de tus ojos llega mi viejo mundo, para ti tan nuevo; es tan desolador, que no me atrevo a permitirle entrada. Se congrega tal enjambre de sombras que te niega la luz del sol. ¿Cómo te llevo, o en dónde arraigarás, gentil renuevo, si tu mirada se extinguiera ciega? Oh, mi pequeño, que a vivir te arrojas en un globo de absurdas paradojas, qué blindajes y filtros necesitas. Puñales de odio, blandas llamaradas, manos de seda, fieras dentelladas, rosas fragantes, y después marchitas…
Los Angeles, 7 de septiembre de 2005
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1342 - Emperador
Se reconoce emperador, e ignora a los sufridos siervos de su imperio; exporta la miseria a otro hemisferio, y un laurel de hambre y muerte le decora. Su máquina de guerra, asoladora, mengua la paz, ensancha el cementerio; y el miserable, en crudo cautiverio, desatendido, su desdicha llora. Los confines estrechos de su mente no admiten la medida suficiente de inteligencia para gobernar. La terquedad se viste de firmeza, y así el emperador juega y tropieza, dejándose a la vez manipular.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2005
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1343 - Necesito gritar
En mi verso no hay arte, ni programa, no es un mensaje a mentes semiociosas, ni le impregna el aroma de las rosas, ni danza en los temblores de la llama. Es un grito, no más, que se encarama a las cumbres desnudas, silenciosas, blanca cascada de aguas espumosas que del borde del alma se derrama. No lo he lanzado para ser oído, sino como el león que, malherido, ruge en afirmación de su dolor. Necesito gritar, y gritaría aunque este mundo, inmerso en apatía, se hubiera muerto ya a mi alrededor.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2005
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1344 - Sonrío
En medio de la sangre y de la prisa, frente al crepúsculo de la esperanza, bajo la veleidad y la mudanza, he recobrado intacta la sonrisa. Llegó como el amor que se improvisa, que uno ha soñado y rara vez alcanza; una mujer tallada a semejanza de mi deseo, que en mis huellas pisa. Entre mis manos, llama temblorosa, con sobresalto de reciente esposa, y adaptabilidad de cortesana. No la esperaba en este invierno mío, pero llegó, se me entregó, sonrío, y el alma de color se me engalana.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2005

Poemas

Nueva Orleáns
Una vez más estalla la cólera de Dios; aguas y vientos abren un nuevo frente y dan batalla, sacudiendo la tierra en sus cimientos. Una vez más el hombre se retira, vencido y cabizbajo, silenciadas las cuerdas de su lira, malogrado el sudor de su trabajo. Una vez más el niño, el indigente, miseria o muerte su arrabal mezquino, víctima siempre y sin razón, se siente peón inútil de ajedrez divino. ¿Por qué esta furia paternal alzada tan contraria a sus propios atributos de amor y de justicia? ¿Por qué airada su mano arranca sin granar los frutos? Ay, capital del jazz, enmudecida, Nueva Orleans vivaz y bulliciosa, hoy sangrando lamentos de una herida que nunca mereciste. Temblorosa la sombra de Duke Ellington camina sobre las aguas; suena la trompeta de Louis Armstrong, solemne, en cada esquina, grito de apocalíptico profeta. Flotan banjos, guitarras y timbales, y se ahogan al sol los saxofones, y vas, Nueva Orleans, de carnavales a ruina, expolios y crucifixiones. La melodía ha muerto. Sólo hay gritos de desesperación, desvalimiento, de tantos, cuyos únicos delitos fueron adversidad y vientre hambriento. Yo sé que esta Pasión, este Calvario, llevan consigo tumba y agonía, mas, arrancando pronto tu sudario, has de resucitar al tercer día. Ascenderás de nuevo hacia la gloria, que quien la tuvo ayer, la recupera; y esta catástrofe será en tu historia un peldaño no más de tu escalera. Renacerán también tus melodías, y a las guitarras volverá el rasgueo, y rodará, con los demás tranvías, el que un teatro bautizó ‘Deseo’. Hoy es la hora difícil, la tristeza de tu Barrio Francés; pero alzarás mañana la cabeza, y volverás a estar sobre tus pies.
Los Angeles, 1 de septiembre de 2005
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Otoño (I)
En esta tarde de nostalgia y sueños, despegándose van las hojas secas como prófugo enjambre de muñecas desertando los brazos de sus dueños. Septiembre se desnuda y me desviste; el alma a la intemperie es un paisaje desierto y moribundo, un andamiaje que al desmoronamiento no resiste. La vendimia es el chorro enrojecido que despertar debiera la alegría; pero acentúa la melancolía de quien sufre de espíritu caído. Este otoño de vientos, de humedades, de caminos vacíos, tierras yermas, de esperanzas eufóricas ya enfermas, es pórtico de espesas soledades. Sobre la mente su veneno vierte, fúnebre canto de colores idos, corazones de pronto envejecidos, otoño gris, presagio de la muerte.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2005
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Leyéndome
Vas leyéndome el alma; qué detallado libro se te ha abierto; todo cuanto he vivido quedó escrito: La blanca, diminuta flor de almendro, el sangrante clavel, la peonía, la fragante magnolia, el crisantemo; el vuelo del zorzal, la golondrina, la dulce alondra y el sombrío cuervo. Capítulo a capítulo, anidándolos más que en el corazón, en el cerebro. Te preguntas si hay más que estos racimos de fauna y flora en mi album andariego. Y encuentras manantiales de alegría, crepúsculos serenos, noches calladas, álamos temblando en elocuente, monacal silencio. No es suficiente para ti. Resbalan tus ojos y tus dedos sobre el libro con cierta indiferencia, saltando párrafos. Un hormiguero de preguntas pulula en tu cabeza: ¿Dónde, con quién, en qué entrañable lecho, qué formas revistieron sus entregas, cuánto de afable, cuánto de perverso? Se suceden las páginas, continúas leyendo con más fascinación, con más tristeza, vacilando entre el quiero y el no quiero; Tu voluntad no sabe detenerse, y aprendes cada paso, cada gesto, cada oportunidad, búsqueda o tacto, cuchilladas hundiéndose en tu cuerpo. Lágrimas de aversión, de desencanto, simple dolor tal vez, o abatimiento… Y me vas arrancando hoja por hoja, y va quedándose mi libro hueco, no sé si más desnudo, más puro o más auténtico. El pasado es herencia, y es carácter, en nada disminuye cuanto ofrezco. Eres hoy y mañana, para el ayer no hay puente ni regreso. Prosigue tu lectura, mas no arranques lo que alguien escribió; sólo es un eco de palabras ausentes, que desaparecieron en el viento.
Los Angeles, 13 de septiembre de 2005
Diseño: Carmen Álvarez
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