Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Reflejos

Índice

Sonetos:
Tus dedos Silencio Palabra Reflejos Casi una niña
Poemas:
Parábola del sembrador Desde mi atalaya La Fuente de Cacho
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Breverías

1366
¿Por qué el agua no tiembla al reflejarte, si yo, roble, me agito en cada rama, desbordando temblores al mirarte?

1367
En esta soledad de los olvidos tengo el alma de polvo y hiel cubierta; si pudiera un ladrón abrir la puerta, si se hundiera el balcón, si en estallidos saltaran las ventanas, qué aire puro en este rancio hogar se instalaría; quizás una vez más recordaría el ayer, hoy tan lejos, tan oscuro.

1368
Todavía en mi mano cuelga el roce de la tuya lejana; retiene tu perfume, se engalana de ti, te reconoce. La llevo a la mejilla, y es tu mano que me acaricia lenta, suavemente; y flota de repente como tercera mano en el piano.

1369
Me ha llegado la voz de tu contacto como un golpe de sangre, como un viento con sacudida de alas, un aliento que aún lleva tus palabras, un impacto de besos que ayer fueron realidades; toda mi piel fue oído, y la escuché como si tu latido provocara otra vez mis humedades.

1370
He nacido otra vez; estuve muerto, aunque un sueño muy largo me dio la convicción de que vivía; pero ahora estoy despierto, prófugo de mi lúgubre letargo, y hambriento de tu luz, aurora mía.

Sonetos

1309 - Tus dedos
Llevo tus dedos en el vientre hundidos, cosidos a la espalda, en las mejillas, entre los muslos, sobre las rodillas…, tan míos ya como mis apellidos. Son diez alas, diez huellas, diez gemidos, diez fuegos de intención, diez banderillas clavadas sobre el lomo, me acuchillas a decenas de tactos retorcidos. Diez círculos dorados en los senos, diez ruedas libres de programa y frenos sobre el mapa sin rutas de la piel. Diez apolíneos exploradores, diez dionisíacos conquistadores, y sólo una mujer de nata y miel.
Los Angeles, 15 de julio de 2005
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1310 - Silencio
El silencio no es cero, no es carencia, no es lo que se perdió, lo no empezado, es un fragor de mares sofocado, es un fardo a la espalda de la ausencia. Si callas, no te ocultas, tu elocuencia se hace más evidente, recio arado abriendo íntimo surco, revelado más por impronta que por contundencia. En tu silencio escucho aquellas voces que tal vez olvidaste o desconoces, gritos de fe, de amor, y de esperanza, brotando de tu entraña por los ojos como dagas de luz, como manojos de jazmines que sólo mi alma alcanza.
Los Angeles, 16 de julio de 2005
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1311 - Palabra
La lengua de la vida estaba muda, ni el tacto salpicaba de temblores, ni el oído se abría a los rumores, la mente adormeciéndose en la duda. Había hablado tanto en la desnuda compañía de pájaros y flores…; qué triste encierro en los alrededores de ecos sin voz, como esperando ayuda que nunca ha de llegar; pues la belleza latente al pie de la naturaleza es sólo bálsamo de superficie. Lo que su piel ardiente necesita es la palabra cálida, exquisita, que llegue al tuétano cuando acaricie.
Los Angeles, 16 de julio de 2005
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1312 - Reflejos
Rompía la mañana. Era la brisa amplia, leve caricia en el ciruelo, despeinando las ramas. Por el cielo surcaban naves de algodón, sin prisa. Cuanto oído percibe, ojo divisa, la estrofa que la alondra escribe en vuelo, cada curva gentil del arroyuelo, todo es el contraluz de tu sonrisa. Voy, peregrino alegre, entre las cosas, sin extender mi mano hacia las rosas, sin envidiar la luz, el aire, el mar. Te veo en cada acción, en cada objeto, te llevo al cuello, mi íntimo amuleto. No hay nada más que ver ni que escuchar.
Los Angeles, 16 de julio de 2005
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1313 - Casi una niña
Era casi una niña. Me pedía licencia de soñar, buscaba acceso a mi alcázar recóndito. Confieso que no supe eludir su compañía. Era casi una niña, y sonreía, en los temblores íntimos del beso, como mujer que está ya de regreso de disfraz, titubeo y cobardía. Era casi una niña, aunque los años y su escolta de crudos desengaños la habían obligado a sazonar. No era niña en edad, ni en inocencia; lo fue en su candorosa persistencia de amar de nuevo, y permitirme amar.
Los Angeles, 16 de julio de 2005

Poemas

Parábola del sembrador
Yo, labrador, salí a sembrar el campo una mañana de mi primavera, cuando rompe la luz en alegrías, las colinas verdean, y el horizonte es línea que uno intentara, como nueva cuerda, añadir a la voz de esa guitarra que en su recodo el corazón rasguea. Colmaba mis alforjas la semilla, con ansias de revuelo, como abejas a punto de surgir, zumbido y nube, tras la devastación de la colmena. Lancé a voleo el grano, esos deseos rojos en las venas, la explosión contenida de los besos, el alma rastreando cada grieta de escapadas posibles, la mente audaz, la voluntad sedienta. Todo quebró sus puertas, sus amarras, en busca de ancha, productiva tierra. Parte del grano descendió entre espinos; creció, pero alcanzó muerte sangrienta, desgarrado su tallo por maquiavélicas agujas negras. Aún quedan cicatrices en el alma, y con dolor la mente lo recuerda. Parte de la semilla se perdió entre los huecos de las piedras, su potencial de vida sofocado, incapaz de contacto con la greda. Muerta antes de nacer, árido golpe de rechazo inicial, luz que se niega. Otra parte cayó sobre el sendero que serpea entre surcos y parcelas, fue ultrajada por pies embrutecidos, sustento de gorriones en hambrientas bandadas circulares que sobre el páramo se desenredan. Ah, la bota en el vientre, los picotazos, la actitud severa. Y al fin otra semilla llovió sobre la tierra fecunda, acogedora, donde la vida es júbilo y promesa. Y esta producirá ciento por uno cuando el verano llame a la cosecha. Ah, tierra fértil, tierra venturosa, cerrada a los demás, para mí abierta, a tu surco se abraza mi simiente, en él se arraiga y él de mí se puebla. Olvidé los espinos, el sendero olvidé, olvidé las piedras, ya encaña el trigo, y oscilando al viento, maduran las espigas. Andariega de haciendas y caminos quedó el alma cansada, y hoy se asienta sólo sobre tu campo de cultivo, en lluvia y sol, en claridad y niebla. Yo, sembrador, simiente y cosechero, tú, mar de espigas y exclusiva tierra.
Los Angeles, 15 de julio de 2005
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Desde mi atalaya
En las mañanas se contrae la niebla, espesa y silenciosa, como el aura solemne de la muerte. Son jóvenes las horas, pero agonizan, o quizá alimentan esa inquietud desierta, de congoja, de quien mira sin ver, de quien avanza bajo la luz ahogada en las farolas. Fui en mis jóvenes años transeúnte perdido entre la niebla, fui la sombra diluída en la bruma, que sólo ve lo que las manos tocan. Fue progresando el día, y el sol era una esponja absorbiendo la niebla lentamente, recomponiendo formas a mandobles de luz. El horizonte fue recobrando vida en su remota línea verdeazulada sobre el pecho agitado de las olas. Y mis ojos se abrieron, viendo la danza verde de las hojas, la sonrisa vivaz de los claveles, los surtidores que en la fuente brotan, todo ese mundo de colores puros en todo su primor, toda su gloria. Me he vestido de fiesta en el ocaso, veo hasta el fin del mundo, cada gota de lluvia resbalando en los cristales, cada ardilla en el parque, cada alondra cruzando el azul claro, percibo cada aroma, cada rumor distante, la palabra y el tacto se prolongan. La claridad rodea la atalaya de mis años maduros; se me agolpan, doradas y radiantes, las siluetas que la niebla de antaño hizo borrosas. Hoy las veo; te veo como nunca te hubiera visto, hermosa más allá de la piel, por eso el alma, a través de mis manos, se me aloja en un fondo al que no hubiera llegado en turbios años; hoy te veo toda.
Los Angeles, 17 de julio de 2005
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La Fuente de Cacho
“Ayer te vi que subías por la Alameda Primera, luciendo la saya blanca y el pañueluco de seda. Dime, dónde vas morena, dime, dónde vas salada, dime, dónde vas morena a las dos de la mañana.” Voy a la Fuente de Cacho a beber un vaso de agua, que me han dicho que es muy bueno beberlo por la mañana. Dime, dónde vas, morena,” etc. (Canción popular montañesa) El tiempo se lo ha llevado; ya no hay fuente en la alameda, ni mocitas aguadoras con pañueluco de seda; pero aún paso por tu calle, y aún me pregunto a tu puerta si duermes sola esta noche, o estás con alguien despierta. De noche la golondrina, a la alborada el jilguero, y al atardecer yo canto diciendo cuánto te quiero. No sé, niña, si me piensas, o si ya me has olvidado, ni sé si el beso de anoche me lo diste o lo he soñado. Las luces de las farolas se han quedado adormecidas, y las ventanas del barrio en sombra y silencio hundidas; sólo en tu ventana velan la luz y tu voz de plata, y yo en la calle te canto, trovador, mi serenata. Baja, mi niña, que tengo diez caricias, diez canciones, y diez secretos ocultos dentro de mis intenciones; que en la noche montañesa baila un ambiente risueño, y mis diez dedos no saben cómo conciliar el sueño.
Los Angeles, 17 de julio de 2005
Diseño: Carmen Álvarez
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