Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Remontando el vuelo

Índice

Sonetos:
Debo partir La llama Soledad de la joven casada Demasiado joven Vacío y sangrante La mano El oído Los ojos La boca El sex(t)o sentido -Los pies Una amistad muy especial
Poemas:
El tambor El violín El piano El clarinete El arpa El violoncelo Tímida Te recuerdo Quizá No he de volver la vista
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Sonetos

51 - Debo partir
Mudo en la encrucijada del sendero, sin valor y sin fuerzas para hablarte, no sé cómo podría hoy explicarte que, al morirse mi amor, ya no te quiero. Fui a tu lado ferviente compañero que su copa colmó para embriagarte; y un peregrino soy ahora, que parte por no permanecer tu prisionero. Quiero marchar sin recriminaciones, quizá tristeza, pero no amargura, y habrás de comprender mi decisión: Se han marchitado nuestras ilusiones, y entre los dos hay una sepultura con el cadáver de nuestra pasión.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1997
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52 - La llama
Llama inmóvil, a veces temblorosa, abrasadora al par que iluminante, proyectando la sombra amenzante de una quimera ambigua y tenebrosa. Divisible, inmutable y peligrosa como mujer en rotación constante, propagándose a todos como amante, y permanente en el papel de esposa. No te agota la entrega eslabonada a cada lámpara que te recibe, aunque besas a todas por igual. Tienes una reserva ilimitada, con una intensidad que te prohibe ser restringida, falsa o desleal.
Los Angeles, 15 de noviembre de 1997
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53 - Soledad de la joven casada
Písame con tu planta, peregrino, y hazme sentir tu paso alborozado, porque soy un sendero abandonado por el que nadie marcha a su destino. Soy un descolorido pergamino con el texto anterior casi borrado; ven y escribe en mí un himno apasionado que despierte en el alma un torbellino. Quiero cantar, y nadie está a la escucha; brindo calor, y nadie lo percibe; y al extender mis brazos no hay abrazos. Estoy cansada de la eterna lucha en que mi amor se entrega, y no recibe sino desdén, tristezas o zarpazos.
Los Angeles, 18 de noviembre de 1997
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54 - Demasiado joven
Tropezando en la nieve va el invierno y en su busca la esbelta primavera, sin ver la oculta, rígida barrera que se alza entre ambos en su ciclo eterno. Ella le ofrece el homenaje tierno de las flores de mayo en la ribera, sonrisa universal y verdadera, hermosura exterior y fuego interno. Tan próximos los dos y tan lejanos a ambos lados del muro inabordable de la distancia en tiempo y en lugar. No extiendas con amor a mí las manos, que soy, como eres tú, muy vulnerable, y aunque quisiera, no te debo amar.
Los Angeles, 20 de noviembre de 1997
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55 - Vacío y sangrante
Cuando parte el amor, como un navío, o como el viento al extinguir la llama, a al desgajar del árbol la alta rama, temblará el corazón de miedo y frío. El paisaje interior, yerto y baldío, agonizando está, mientras derrama soledad en el alma y en la cama, y oscuridad bajo un cielo sombrío. Si el amor se perdió con paso incierto, un rastro dejará, triste y sangrante, y una sombra gentil en la memoria. Mas si el tiempo al pasar le dejó muerto, sólo el vacío sentirá el amante, sin esperanza, ni dolor, ni gloria.
Los Angeles, 21 de noviembre de 1997
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56 - La mano
Cinco artesanos, cinco mensajeros, cinco rosas y cinco exploradores; armónico redoble de tambores, rebelión de corceles prisioneros. Sé esculpir el perfil de los guerreros, y ondeo en el adiós de los dolores; mis pétalos extiendo a los amores, a fin de descubrir nuevos senderos. En tí, mujer, he de enterrar mi tacto, en el vientre desnudo y en los senos, y habré de percibir tu conmoción. Pero si me negaras el contacto, ¿qué puedo hacer, sino volver sin frenos hacia mí mismo en desesperación?
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997
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57 - El oído
Escucharé a la puerta de tu pecho la insistente llamada del latido, pero ¿quién me dirá si ese sonido canta feliz o llora insatisfecho? He de permanecer siempre al acecho del susurro, la risa y el gemido, del suspiro de amor y del rugido que ascienden en volutas de tu lecho. Tus palabras anidan en mí mismo como también el eco de tus plantas, y el roce de la seda que te viste. ¡Qué sublime y magnífico egoísmo, guardarme los rumores que levantas, tu acento alegre, y tu cadencia triste.
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997
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58 - Los ojos
Te hemos acariciado intensamente sin que tu suave piel lo percibiera, y es en tí nuestra huella tan ligera que tu cuerpo la lleva y no la siente. Grabamos en el álbum de la mente tu dulce imagen imperecedera, con ella irás, eterna viajera, y allí has de estar, eterna residente. Seremos tus devotos seguidores acompañándote en la muchedumbre, y quizá nos sorprendas al pasar. Verás nuestro rubor, y tus temblores, nacidos al momento del vislumbre, te harán saber que alguien te puede amar.
Los Angeles, 25 de noviembre de 1997
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59 - La boca
Florecen mis palabras temblorosas en susurros, en gritos y en canciones, y se te ofrecen en invocaciones como manojo de fragantes rosas. A veces suaves, nunca rigurosas, como pétalos, sí, no como harpones; razonadas quizás, o sin razones, diáfanas, o un tanto nebulosas. Nunca sabré cómo has de recibirlas, y es posible que brote un balbuceo, y es posible que no logren salir. Pero aunque no consigas percibirlas, mis labios te hablarán de mi deseo, y húmedamente te han de persuadir.
Los Angeles, 25 de noviembre de 1997
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60 - El sex(t)o sentido
En mi letargo estoy, adormecido, flotando en sueños lánguidos y oscuros, confinado a la sombra de dos muros, y relegado a transitorio olvido... Tu perfume me indica que has venido, la mano percibió tus senos duros, y al roce de tus dedos inseguros se irguió mi cuerpo firme y decidido. Enciendes en mi carne rebeldías, incitándome a dulces agresiones al abrazar tus labios mi contorno. Habré de hacer tus cavidades mías, y tuyas han de ser mis vibraciones, con cada avance y con cada retorno.
Los Angeles, 26 de noviembre de 1997
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61 - -Los pies
Descalzos te seguimos en la vida para no herir tu sombra encadenada; y sigilosa irá nuestra pisada por no turbar tu sueño, si dormida. En cada huella por tu pie encendida nuestra huella pondremos incrustada, absorbiendo la dulce llamarada que dejas en tu paso sumergida. Con los tuyos nos entremezclaremos, girando en espirales armoniosas en erótica danza interminable. Y si a tu lado un día amanecemos, en el cálido lecho en que reposas, la noche no habrá sido impenetrable.
Los Angeles, 29 de noviembre de 1997
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62 - Una amistad muy especial
Brotó dentro de mí, fuente apacible, claro reflejo sobre blanca arena; progresó en manantial de agua serena, luego en torrente en flujo irresistible. En mi aridez filtróse imperceptible, y fue en mi oscura noche luna llena; de mi castillo fue torre y almena, y nunca me hizo el suyo inaccesible. Percibí en sus palabras la dulzura, y rodeó mis hombros con su abrazo, ahuyentando de mí la soledad. Creció en mí gigantesca su figura, y sentí entre los dos un fuerte lazo de ternura, de amor y de amistad.
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997

Poemas

El tambor
“Del salón en el ángulo oscuro...” (Bécquer)
Mudo el ritmo marcial de otros momentos, quieto el vaivén de muslos y caderas, relegado a fatídico abandono, en la estancia desierta. Sin corazón bajo la piel tirante, callado el palpitar y la cadencia, huérfano de palillos y de manos, silencioso profeta. Su círculo de cromo ya ha perdido la brillantez y el lustre, y ahora sueña con el fulgor de esplendorosas marchas en una vida nueva. ¿Quién habrá de venir a rescatarle? ¿Quién otra vez desatará su lengua? ¿Quién resucitará el redoble airoso de su alegría muerta? El, como yo, olvidado visionario, siempre con esperanza y a la espera, siempre con nuestro ritmo suprimido, en permanenente oferta.
Los Angeles, 2 de noviembre de 1997
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El violín
Ella me tuvo entre sus manos suaves, me arrimó con amor a su mejilla, y me arrancó del alma con ternura lágrimas y sonrisas. Bajo los breves saltos de sus dedos me sentí marioneta de armonía en mis cuerdas vibrantes liberando la música cautiva. ¿Cómo puede decirse que mi entraña no es más que una oquedad neutra y vacía? Mi carne de madera tiene un alma sensible y dolorida. No canto solo, pero sólo canto para quien con su mano me acaricia, y mis voces penetran el espíritu como fresca llovizna. Yo doy a quien me da cuanto desea, los demás han de oir mi melodía, mas sólo he de entregar mis vibraciones a quien conmigo vibra.
Los Angeles, 2 de noviembre de 1997
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El piano
Rózame con las yemas de los dedos y te daré suspiros entrañables. Asciende en mis escalas y desciende con paso insinuante. Hiere mis escalones de marfil a golpes de alborozo innumerables, y te devolveré por cada impacto un grito apasionante. Oh, qué limitación agotadora. Tener tus miembros a mi propio alcance, y carecer de labios que te besen, y brazos que te abracen. Recórreme sin tregua en los arpegios, arráncame las voces que en mí yacen, despiértame a la vida con tus manos, no ceses de tocarme. Yo sólo puedo darte mi armonía, pero es como si el alma fuera a darte, filtrándome en tu cuerpo por los dedos, y amarte, amarte, amarte.
Los Angeles, 3 de noviembre de 1997
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El clarinete
Permite que penetre entre tus labios la rigidez de mi afilada punta, y humedezca tu lengua el orificio en que tu soplo irrumpa. Presiona con tus dedos en mis llaves, y habrás de hacer mis vibraciones tuyas, desprendiendo sonora catarata a un tiempo alta y profunda. Vengo hacia tí con ansias de armonía, y tú sola serás quien la descubra, vertiendo en mí el poder de tus pulmones, con pasión o ternura. Te daré una explosión de sentimientos que habrán de saturar tu alma desnuda, y un estremecimiento habrá en tus manos haciendo amor y música.
Los Angeles, 3 de noviembre de 1997
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El arpa
Abrázame, mujer, con la ternura del suave amor que sólo vive en sueños; reclina la mejilla en mi columna, bésame con tu pelo. Desliza sobre el muro de mis cuerdas la magia delicada de tus dedos, dando voz a la oculta melodía dormida en mi silencio. Y al destrenzar mis notas, el tumulto de sonrisas que arrancas y te ofrezco pondrá en la curvatura de mi espalda dulce estremecimiento. Cierra los ojos, dame tus caricias, y yo he de darte un canto siempre nuevo, y un temblor en la piel que ha de agitarte con cierto desconcierto.
Los Angeles, 4 de noviembre de 1997
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El violoncelo
Abre tus muslos a mi cuerpo, amiga, y déjame soñar con ser tu amante; y al estrechar mi cuello entre tus dedos sé gentil y sé afable. Con la suave presión de tus rodillas en mis costados siento que renace una pasión que invade mis entrañas y a tí misma te invade. Renueva sin cesar las pulsaciones que han de llenar todas mis cavidades, y deja resonar el eco ardiente de mis notas sensuales. Enciérrame en tu abrazo, estrecha el cerco, anúdate a mí en lazos perdurables, que como tú lo has hecho, amada mía, nadie sabrá tocarme.
Los Angeles, 4 de noviembre de 1997
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Tímida
Tienes manos ansiosas, pero están inactivas; Tienes cuerpo vibrante, pero está refrenado Porque están en cadenas tus pasiones más vivas, Y el instinto no grita porque está amordazado. No pienso que tus miembros puedan ser intangibles, Pues claman por el tacto de otros miembros ardientes. Y jamás tus deseos podrán ser imposibles, Sólo están a la espera de deseos ausentes. Ofrecer los sentidos es como dar el alma: Desconocemos siempre qué trato nos espera. Si no se corre el riesgo, no se obtiene la palma; Quien no se arroja al agua, no alcanza la ribera. La vida nos presenta multitudes de cosas Y a cada cual le toca decidir lo que quiere. Habrá en tu mano espinas al recoger las rosas, Sólo crece la espiga si la simiente muere. No alcanzaremos nunca perfectas situaciones, Ni blancura infinita ni oscuridad completa. Veremos las razones entre las sinrazones, Y los rostros ajenos detrás de la careta. Pero hemos de lanzarnos con planes de conquista, O permaneceremos en nuestra oscura esquina, Dejando que el paisaje nos entre por la vista, Mas sin sentir la tierra bajo el pie que camina. Y si acaso en la marcha se cae o se tropieza, Y la sangre revienta saltando por la herida, No detengas el paso, avanza con firmeza, Que sólo los heridos saben vivir la vida.
Los Angeles, 10 de noviembre de 1997
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Te recuerdo
Te recuerdo en las noches estrelladas en que la luna sorprendió mis besos; y en los amaneceres luminosos te recuerdo. Te recuerdo en la luz de tu ventana, que trajo tu sonrisa a mi sendero; y en la melancolía de la lluvia te recuerdo. Te recuerdo arropada en tu bufanda en las frías mañanas de febrero; y en las tranquilas tardes del otoño te recuerdo. Te recuerdo descalza en la ribera jugando a la pelota con el perro; y a la sombra del sauce junto al agua te recuerdo. Te recuerdo en el ruido de las calles, con tu mano en mi mano, y en silencio; y entre rosas, claveles y magnolias te recuerdo. Te recuerdo en tu marcha sin retorno, en tu final, definitivo sueño; y en el abrazo que te dió la muerte, yo te recuerdo...¡oh, cómo te recuerdo!
Los Angeles, 11 de noviembre de 1997
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Quizá
Percibo tu presencia sin estar a mi lado, y oigo tu breve paso hallándote tan lejos; siento tu escalofrío sin haberte tocado, y aún cerrando los ojos me ciegan tus reflejos. Veo pasar las sombras y en ellas te adivino; cuando me roza el aire sé que son tus cabellos; si me azota la lluvia, tus besos imagino, y por tí son mis sueños inmensamente bellos. Pero no reconozco tu risa entre las risas, porque amarga tristeza te cubre con su manto; y en el tropel de gentes ruidosas y con prisas no estás, porque te encuentras en soledad y llanto. Un aura te rodea solemne y misteriosa que fascina mis ojos aunque nunca te han visto; es quizá la nostalgia gentil y silenciosa que permea tu vida y en que yo mismo existo. No obstante, ambos sabemos que ha de llegar el día en que la luz disipe la sombra en que vivimos; y al resurgir pujante nuestra innata alegría, hemos de ser de nuevo como otro tiempo fuimos. Tú encontrarás un hombre que te bese y te cante, y no habrá en vuestra entrega ni exigencia ni ruego; yo volveré a mis sueños, inventando una amante y escribiéndola versos, sentado junto al fuego. Y al mirar al pasado desde el nuevo presente de ilusiones azules y de esperanzas verdes, una estrella en el cielo y una luz en tu mente musitarán mi nombre…y quizá me recuerdes.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1997
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No he de volver la vista
No he de volver la vista, porque estás en mi mente; aunque te fuiste un día, permaneces conmigo, ausente de mi lecho, pero en mi alma presente, como amante y amado, confidente y amigo. No he de volver la vista a la tumba de la historia, desenterrando sombras de un tiempo ya distante; ni he de bajar al fondo fugaz de la memoria para subir tu imagen, porque aún eres mi amante. No de volver la vista con nostalgia y tristeza pretendiendo en mis sueños revivir el pasado, porque aún brilla en mis ojos tu noble gentileza, porque aún siento tu pulso, porque aún eres mi amado. No he de volver la vista, llorando mi infortunio, porque aún oigo tu risa vibrante, intermitente, y aún haces de mis noches perpetuo plenilunio, porque me das tu oído, y eres mi confidente. No he volver la vista, porque estás a mi lado, comprendes lo que siento, y entiendes lo que digo; porque nunca me diste ni reproche ni enfado cuando me diste tanto, y porque eres mi amigo. No he de volver la vista, ¿por qué la volvería? Aunque tu piel no roza mi piel, de tí anhelante, estás en mí de noche, y estás en mí de día, como amigo y amado, confidente y amante.
Los Angeles, 30 de noviembre de 1997
Diseño: Carmen Álvarez
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