Breverías
2356
¿A dónde, mariposa,
tu trayecto diriges?
Titubeante, débil o medrosa,
vas en zigzag, tu dirección corriges
sin cesar, tan incierta como hermosa.
¿Y a dónde apunta el sentimiento mío,
con tal miríada de trayectorias,
sin más derivación que el extravío,
tomando los reveses por victorias,
y por placer o júbilo el hastío?
2357
Fluye tu nombre enfático en mis venas,
escrito en letras rojas, persistente.
Lleva un dulce zumbido de colmenas,
y un risueño tictac irreverente
que al acercarse al sexo se apresura
en rítmicas, vibrantes pulsaciones.
Tu nombre fortifica su estructura,
su sed aviva, amplía sus opciones.
2358
Sólo puedo encontrar un argumento,
una razón para ignorar la muerte.
En parte está dentro de mí; lo siento
como otra alma en la mía, aunque más fuerte;
y en parte al fin del mundo, como un viento
que, al visitarme, dice conocerte.
Una visión a la otra entretejida,
le darían más lógica a esta vida.
2359
La primera sonrisa nos desvela
ese mundo de ensueño que anhelamos;
con la última sonrisa el alma vuela
llevándose este mundo que dejamos.
Este mundo, quebrándose en la entraña
de quien llora por dentro, y que lo envía
por esta laberíntica maraña
de la muerte, sirviéndonos de guía.
Ah, la sonrisa que regala un mundo
renovado y feliz al moribundo.
2360
En las campanas del convento un día
grabé su nombre, y cuando van al vuelo,
tal vez un monje escucha ‘Ave María’
en la voz de los ángeles del cielo.
Mas sólo yo comprendo su sentido,
y mi amada quizá, pues cuando pasa,
mira hacia atrás, como si hubiera oído
a alguien que le llamó, como de casa.
Sonetos
2468 - Toda humedades
Toda humedades, me sorbía a besos
las lagunas del alma, viejos trazos
de pasado aún no muerto, que a zarpazos
ansiaba erradicar. Cuantos sucesos
genera el tiempo, van quedando impresos
al fondo del espíritu, retazos
de un mapa emocional que hará pedazos
sólo un amor que cale hasta los huesos.
Ella arrancó en el tren de la lujuria,
trepidante en su afán; luego la furia
fue madurando en sensibilidad,
mas sin perder la original fiereza,
de afecto a desenfreno a gentileza…,
y parecía amarme de verdad.
Los Angeles, 4 de octubre de 2010
2469 - Mientras clamo por ti
“Pero mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma.
Lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió.”(Cantar de los Cantares, 5, 7)
Llevo el miedo grabado en cada mano,
que por eso me tiembla. Es un tatuaje
que no logro borrar, glacial mensaje
sólo a mí dirigido. Deshilvano
la conexión de mi entramado humano,
ahondando en mi más íntimo equipaje,
mas sin hallar razones, ni blindaje
contra el espectro de temor tan vano.
Desconozco su origen, quién lo activa,
por qué motivos, pero su agresiva
insistencia sacude mis pilares.
Me habla de deserción, de noche oscura,
mientras clamo por ti en mi desventura,
oh, amada del Cantar de los Cantares.
Los Angeles, 6 de octubre de 2010
2470 - Voy a reir
Voy a reir. Mi risa es marinera,
de blanca espuma y borbollón salino;
lleva el sonoro timbre cristalino
del manantial, la voz de la palmera.
Sensual vivacidad se me aglomera
como gavilla de oro; soy molino
pulverizando el grano, y lo destino
a mi propia tahona verbenera.
Su pan recién cocido es pan de gozo,
crujiente al dividirse trozo a trozo,
para ser compartido entre la gente.
Y quien se nutra de él irá escuchando
mi risa, que se va multiplicando,
nuevo milagro en cada cual latente.
Los Angeles, 6 de octubre de 2010
2471 - Brisa
Hazlo, brisa, por mí. Lléguese el vuelo
de tus alas de seda a su cintura
y estreche el círculo con la envoltura
de tu abrazo sutil de terciopelo.
Desordena el tocado de su pelo,
recogido y formal, norma y mesura;
tremole desligado de cordura,
bandera izada hacia el azul del cielo.
Tu mano tibia, inmaterial, se adentre
bajo su falda, y acaricie el vientre,
temblando entre sus muslos de ansiedad.
Tu voz de miel susurre en sus oídos
la oración de mi nombre, y sus sentidos
clamen por mí a nivel de tempestad.
Los Angeles, 7 de octubre de 2010
Poemas
Cuyo nombre es olvido
“Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”
“Oh, vosotros que entrais, abandonad
toda esperanza”.
(Dante: Divina Comedia, Infierno)
Frente a la puerta del Edén persiste,
como dragón de fuego, amenazante,
y espada de oro al puño,
en su misión de centinela, el ángel.
Sin prevaricación fui desterrado
del vergel que fue mío, y hoy, errante,
llevo la marca de Caín trazada
sobre la frente, y a mi lado, nadie.
No puedo regresar, se han abolido
mis derechos de ayer, y tal dictamen
comporta extrañamiento permanente.
Edén perdido no es recuperable.
Ni la serpiente me embaucó, ni el fruto
del árbol de la ciencia, aunque a mi alcance,
entrañó tentación. Mantuve firme
mi actitud integral de fiel amante.
Mas no fue suficiente.
Y un día de esos de caricia de aire,
de transparencia azul, de golondrinas,
a la sombra serena de los sauces,
cuando nada es hostil en el ambiente,
me dijo adiós. Era su tono afable,
como si un pétalo cayera en tierra.
Eran las siete y media de la tarde,
hora en que salen los enamorados
a empedrar de propósitos las calles.
‘Vosotros que salís de este recinto,
perded toda esperanza’. Se comparte
la magia de una etapa de dos vidas,
se alumbra un fuego, se navegan mares,
se cabalga en el lomo de una nube,
el sí es global, el no inimaginable.
Y de repente somos vagabundos
sin tierra propia, y el sublime enclave
que llamáramos nuestro, defendido
por la espada fatídica de un ángel
cuyo nombre es olvido, mas no el nuestro,
pues miramos atrás a cada instante.
Los Angeles, 2 de octubre de 2010
Tarde te amé
A toque de campana o de tambores,
y, con frecuencia, demasiado pronto,
llega el amor, promesa y avalancha,
lluvia de luz, albor caleidoscópico,
antes de amanecer la primavera,
con aspecto de lúbrico, de loco.
En susurro de brisa entre los pinos,
gentil y cauteloso,
en alas de violines,
vuelo sutil de mirlos incorpóreos,
y, con frecuencia, demasiado tarde,
llega el amor, pasado ya el otoño.
Entre ambos tiempos rondan presunciones,
fogatas en disfraz, espejos rotos,
vaivenes de color, acoplamientos,
y un fondo, si no amargo, melancólico.
Ciego, tal vez, a la belleza auténtica
que nace por los ojos
y viste de primor la fantasía
con elementos que hay sólo en nosotros,
no vi sino sus huellas,
su pálido reflejo, los adornos
de la tramoya teatral impuesta
no sé si por los años o el entorno.
Y fueron mis amores de perfiles,
de siluetas, de músculos, de esbozos.
Todo muy bello, sí, pero incompleto,
signos de luz, color, bajo los olmos,
disipados al borde del ocaso,
rumores de lejanos alborozos.
Sólo en mis años blandos
me enseñé a ver con el vislumbre hipnótico
que proyecta mis sueños
sobre el objeto amado: Desde el fondo.
Porque sin el atuendo que otorgamos,
sin esas pinceladas sobre el rostro,
sin cuantas correcciones que ejercemos
desde nuestros conceptos más recónditos,
¿qué es la belleza? Una columna de humo,
una nube ligera, un cacofónico
mestizaje de voces y rumores.
Es uno mismo quien coordina el todo.
Tarde te amé. No supe respirarte,
en aromas efímeros absorto.
Hoy te respiro, escucho, alcanzo y hablo,
revestida de mí, de mi alborozo,
yo, Pigmalión que puedo recrearte
de la materia prima que incorporo
a tu forma exterior, a tus entrañas,
a tu interioridad, de mi trasfondo.
¿Tarde te amé? ¿Y en qué preciso instante
se debe amar? Preguntaré a mis ojos.
Preguntaré a mi lengua que te llama,
y te lame al llegar, y a los fiordos
de tu cuerpo, en que atraco mis deseos,
y a la íntima cadena de mis gozos.
Se ama cuando se puede,
no ya cuando se sabe. Y eso es todo.
Los Angeles, 3 de octubre de 2010
De luz y brisa
Era mitad de luz, mitad de brisa,
pero tenía dueño.
Soñé hacerme ladrón, y en este sueño
yo era álamo oscilante que improvisa
abrazo de temblores,
y en su verde lenguaje de rumores
formula insinuación o sugerencia
que cualquier corazón entendería.
Y era a la vez discreta celosía
filtrando hacia mi muda somnolencia
su luminosidad. Me apoderaba
discretamente de ambas propiedades,
sentimental salteador que acaba
tomando posesión de la persona
y a punto de colmar sus ansiedades…
aunque es ella quizá quien me aprisiona.
¿No se llegó a mis ramas
en disfraz de caricia y de suspiro?
Y aunque era claridad, ¿no dejó en llamas
mi alma, mi piel y el aire que respiro?
Salí del sueño. Un vientecillo leve
danzaba en torno mío, balbuciendo
propuestas innombrables. Me conmueve.
Y, acariciante, el sol, me va ofreciendo
su tibia lengua en este abril florido,
y su diafanidad tan envolvente.
Como si ella, a mi lado y aquiescente,
mencionara la ausencia del marido.
Los Angeles, 4 de octubre de 2010
Capítulo
Hoy camino hacia atrás, sobre tus años,
sobre aquellos que fueron también míos,
y mi pisada es de caricia leve,
para no perturbarlos si, dormidos,
se acunaran tal vez en tu regazo,
a tu calor, como tus propios hijos.
Nunca los repudié. ¿Cómo podría?
Ambos los engendramos en furtivos,
extáticos encuentros,
avalanchas en términos recíprocos,
mansedumbres de arrullo,
coloquios sin sonido.
Tantas veces rastrean mi memoria
como cachorros que recién nacidos
rebuscan los pezones de la madre,
y tantas veces con nostalgia exprimo
sus lejanas imágenes, midiendo
la regularidad de sus latidos.
Y otras tantas soy yo quien retrocede
sobre mis pasos, esperando un signo
de que aún viven en ti, que no murieron
de orfandad, o de amnesia, o absentismo.
Recorro dulcemente
las páginas del libro
que detalla tu vida, inspeccionando
nuestro común capítulo,
al que diste mi nombre,
que ambos a piel y espíritu escribimos.
Mas ignoro si vuelves a esas páginas,
o son no más que sequedad de archivo.
Yo releo cada una. Tienen sangre,
tienen sonrisas, llanto, regocijo,
como la vida misma
que entre los dos vivimos.
Los Angeles, 5 de octubre de 2010