Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Como el agua

Índice

Sonetos:
Reactivación Muerte En mí Mi propio yo
Poemas:
Isla de Ogigia (Calipso y Ulises) Ríos A medias Ola
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Breverías

2336
Huele a tierra mojada, y a jazmines, y huele a ti, a esa sutil fragancia que nunca va en envases; mezcla de rosas, besos y violines, sensual emanación de la elegancia, más refinada que atildadas frases.

2337
Cada paso pulsando en la baldosa es el tic tac de tu tacón de aguja, o así en mi candidez me lo parece. Y cada risa de cristal melosa resonando en mi calle, me dibuja tu rostro en un instante, y me estremece. Si no eres tú, ¿por qué te me revelas? Y si eres tú quien pasa, ¿con quién vuelas?

2338
De la raíz del tiempo voy surgiendo, retoño de minutos sin historia, en horas, meses, años, floreciendo en persistente andanza exploratoria. Árbol seré algún día, de cien brazos; otros hermanos míos, bajo el suelo, me darán consistencia y si a zarpazos me asalta el viento, me erguiré hacia el cielo. Si a mi lado llegaras a pasar, detente, relajando a mi sombra cuerpo y mente.

2339
En mis alforjas de viaje llevo todo el dolor, el hambre y la amargura que han desangrado a cada ser humano. Con sus padecimientos me conmuevo, su misera se hará mi desventura, pues cada hombre es también mi propio hermano.

2340
Tantas luces se duermen a la tarde que no despertarán a la mañana… ¿Y a dónde va la llama que ya no arde?

Sonetos

2446 - Reactivación
Nunca supe morir. Cada fracaso, ya me hiciera más débil o más fuerte, caricatura se hizo de la muerte, más que noche cerrada, tenue ocaso. Quebróse el ritmo, entorpeció mi paso recelo de mi técnica o mi suerte; calló mi grito, y sólo el eco advierte, si no mi abdicación, sí mi retraso. Mas se fue mi actitud reconstruyendo, y ladrillo a ladrillo, sin estruendo, recuperó su cúpula anterior. Tornará a fragmentarse en nuevo sismo, y volveré a restablecer el mismo temple de espíritu esperanzador.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
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2447 - Muerte
He derribado el muro de la muerte, tras el que hostil y silenciosa acecha; desconozco su táctica y su fecha, mas ni pasmo o terror sobre mí vierte. Porque he visto su rostro. Ni soy fuerte ni me estimo por sabio. Mi cosecha granará un día y, pródiga o maltrecha, al tajo de la hoz yacerá inerte. He observado su cara descarnada, y comprendido que no puede nada fuera del firme plan que se le ha dado. No por más afligirme, su momento fluctuará; lloré en mi nacimiento, lloren mi muerte quienes me han amado.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010
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2448 - En mí
Tú me engendras la vida cada día, prolífica raíz en mi subsuelo, trepando en suavidad de terciopelo por mi tronco arterial, ya toda mía. Crece bajo mi piel tu anatomía, tú eres yo y yo soy tú, más que gemelo, perfecta identidad, en que el modelo su propia creación consumaría. Oh, carne de mi carne, que articula cada voz que yo emito, que deambula cada ruta en mi vida con mis pies. Oh, fuego y luz que al repoblar mi entraña arde sin consumirse, y me acompaña, zarza y columna de que habló Moisés.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010
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2449 - Mi propio yo
Osadía será, que no descaro, tal vez atrevimiento, no insolencia; las actitudes visten de apariencia, sólo el desnudo es argumento claro. Te hablaré como soy. Ni te enmascaro lo que nace de mí, ni en su cadencia sonarán notas falsas; la inocencia camina al descubierto, y sin reparo. No te diré palabras enfundadas en papel de regalo, o sazonadas con especias brindando otros sabores. Cuanto brote de mí, hiera o deleite, será mi propio yo, libre de afeite, sólo mi propia luz, sin deflectores.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010

Poemas

Isla de Ogigia (Calipso y Ulises)
El mar es lánguida desesperanza. Más allá de su tersa lejanía respiran los alientos que perdimos. Un país de quietud. Pero esta isla de guirnaldas, naranjos y cantares, aromas de jazmines en la brisa, luengas playas doradas, una distante nube a la deriva, grises acantilados contra el cielo de añil... Tierra de ninfas. En ella estoy, serena, silenciosa, de vez en cuando en erupción de risas, senos desnudos, ráfagas de pétalos, muslos acogedores, y caricias. Parezco haber perdido la noción de los años. Resucitan de forma recurrente nostálgicas viviencias, despedidas colmadas de promesas de retorno, y algo dentro de mí se arremolina. Me encaramo al rompiente, contemplo el horizonte, se respiran aires de libertad sobre las olas, transparencia del agua, y la neblina trepándome la espalda, mano tenue, incorpórea, que improvisa propuestas de abandono del presente, y rescate de cuanto ayer me grita. Me doy la vuelta, y encamino el paso hacia la gruta de mi dulce ninfa. Ay, Calipso, Calipso, tan bella, tan sensual, tan exquisita en tu inmortalidad, que desconoces el envejecimiento, y te reclinas en eterno presente, primavera gentil, indefinida. Me llaman viejas voces, las oigo sólo yo, son casi mías. Ciertamente mortales, mas con poderes de amplitud divina. Ítaca ha despertado en mis entrañas, clama por mí desde la lejanía.
Los Angeles, 1 de septiembre de 2010
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Ríos
Me fascinan los ríos. Todos la misma vida, y tan variada. Nacer, correr, con más o menos prisa, holgarse en los meandros, y en la clara, translúcida, serena superficie de plata, reflejar invertida cada escena, como llevando el mundo bajo el agua; acariciar letárgicas ciudades que les dieron la espalda dejando sus corrientes extramuros, o hender en dos, suave puñal que rasga benigno las ciudades receptivas al campo, hospitalarias. Y al fin morir, o descansar dormidos, en magnánimo mar que les abraza. Y son tan seductores en el silencio que les acompaña cuando su leve paso rueda gentil por despoblado al alba, a lo largo de pardos robledales, de enhiestos olmos que a los vientos hablan, y apenas un murmullo al reptar entre juncos y espadañas. Son tan evocadoras las auroras junto al río…No sé si la campana llama a oración o anuncia la hora en punto desde la colegiata. Las horas pueden ser aldabonazo sobre el portón de la miseria humana. O pueden ser susurro, casi beso, llovizna de sosiego sobre el alma. Ríos guerreros, con fragor de escudos chocando, al cabalgar, en las corazas Ríos meditabundos, filosóficos, sin apenas rumor, entre las hayas. Ríos a cuya orilla, los amantes pierden amor y encuentran añoranza. Amplios ríos, solemnes, patriarcales, con afán marinero en sus entrañas. Río de mi niñez, entre castaños, donde la piedra empequeñece al agua, mas de canción perenne, musgosa, siempre en marcha. Los contemplo fluir, y me adormecen, tanto en su estrépito como en su calma. Parecen ascender a mi cerebro, lustrar mi mente, sosegar mis ansias, y arrastrarme consigo, como una hojita, en su corriente clara.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
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A medias
Era tan joven…, pero lo ignoraba. Rondando los cuarenta. Precisamente cuando para muchas la vida sin escrúpulos se estrena. Precisamente cuando para tantas la vida es el postigo que se cierra. Tenía hambre de sueños, adolescente casi en cien maneras: Imágenes, anhelos, utopías, sin intención concreta, forjándose un mundillo artificioso en los brazos sin brazos de la ausencia. Era la rosa malaventurada que elige marchitarse por inercia. Ah, la injusticia de los muslos tersos que en vez de bifurcarse se bloquean, y de la espalda horizontal e inmóvil, que ni vibra de noche ni se arquea. Un día pude amarla, como se ama la noche, o las estrellas, como algo que no cabe entre las manos, como un rosal de ideas. Mas si era suficiente a sus designios, se me quedaba corto. No alborean las mañanas de abril por el portento de deslumbrar la vista, aunque se aprecian, mas para derramarse como lluvia de luz sobre la piel, suave y sedienta, por cada poro abierto, filtrándose al subsuelo de las venas, tornándose en locura; era tal vez la perla que nos fascina, mas otorga nada; era el arpa sin música en las cuerdas. Yo hubiera amado su alma y sus sentidos, y ella me hubiera amado sólo a medias.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
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Ola
Era de agua y cristal, de alondras era; festiva, transparente, temblorosa. Escondida en mi abrazo se le apagaba el mundo, tan absorta, y erradicaba el mío de igual modo. Entraba por mi piel como se aloja la lluvia en el cultivo, en compulsiva impregnación de esponja. La amé como quien sabe introducirse por su traslúcida fachada, y toca con manos de ángel el terreno místico de quien en su interior se desmorona. Y la amé con la táctil diligencia de quien recrea su aquiescente forma, impúdico alfarero de sus líneas curváceas y redondas. No entendía el futuro, ni siquiera el pasado. Era gaviota revolando en las playas del presente, era en único mar única ola, en persistente ascenso sobre la arena de mi piel, estrofa de poema de amor interminable creado en forma oral por ella sola. Me decía: La playa no se mueve, recibe el agua en fluidez o en tromba, que avanza y se retira, para volver de nuevo, hora tras hora. Vendrá tu turno, y entrarás al agua de este mar que te adora, con tu braceo de hombre vigoroso, y todos los recursos de tu alforja. Pero éste es mi momento, que sobre ti galopa. Y a la inmovilidad me doblegaba, a punto de estallido en cada gota. Sufrí en esta quietud, yo, el hombre activo que proyecta y dispone la tramoya de la escena emotiva, mas descubrí el placer de la gozosa entrega que recibe arrebatado tal avalancha de espontánea gloria. Me cubrió con su espuma, se deshizo sobre mi piel en pétalos de rosa, nereida de mis sueños… Aún escucho el murmullo de las olas.
Los Angeles, 5 de septiembre de 2010
Diseño: Carmen Álvarez
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