Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Naufragios

Índice

Sonetos:
Nivelando Invierno amigo Fuimos el río Naufragio Nueva génesis Sin hablar
Poemas:
Ventana, de noche Regreso de Ulises
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Breverías

2046
El olvido es molino que tritura el recuerdo, y el pan de la tristeza con su harina se amasa. Su piedra gira y gira, y en sus vueltas me pierdo; al fin se apaga el horno, y la cocción fracasa. No habrá pan, ni habrá harina, ni recuerdo, pero hambre no faltará al amante que se siente perdido; hambre de ser pensado, funámbulo en alambre que su equilibrio pierde, sin perder el olvido.

2047
Vengo desde su cuerpo, jadeante, vengo desde su espíritu, sereno, vengo entre discreción y desenfreno, vengo, amante, repleto de mi amante. Voy sin saber a dónde voy, no importa; voy sin saber qué voy a hacer mañana; voy con mi pobre condición humana enriquecida con lo que ella aporta.

2048
En el banco del parque le di un beso, que ella esperaba, que me hubiera dado tal vez si no me hubiera adelantado; en el banco del parque. Tal suceso no suele hacer historia. ¿Quién no besa? Pero en mi propia vida ha sido un hito. Ni último ni primero. Favorito. Mitad complicidad, mitad sorpresa.

2049
Te esperaba a las diez de la mañana, en paraje discreto, cada día. Y llegabas a golpe de campana de la espadaña de Santa María. Tan puntual, circunspecta, deseosa de exprimir en placer cada minuto. Oh, tu desenvoltura jubilosa generándonos vértigo absoluto.

2050
Bajo el alto nogal donde esperaba tu llegada, se sientan dos amantes. Ya no somos tú y yo. Todo se acaba. Los amores son nubes trashumantes. Y un día, pronto, cambiarán las cosas, y otros vendrán, cuando esos se hayan ido. Pasa de largo el tren, mueren las rosas, y nada queda de lo que haya sido.

Sonetos

2065 - Nivelando
No sé dormir contigo, tan sin sueño, tan alerta a tus ojos y a tu boca, tan atento a mi mano que convoca tus más hondos impulsos. No desdeño la calma de que soy a veces dueño, y el silencio nocturno que sofoca los gritos del instinto; se equivoca quien no es lúbrico al tiempo que hogareño. Soy el auriga que Platón dijera, nivelando la empírea carrera de ambos corceles en mi propia vida. El negro, tan rebelde, tan garboso, y el blanco, tan sereno y cauteloso. Y tú la meta, sobre mí fundida.
Los Angeles, 6 de abril de 2009
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2066 - Invierno amigo
Permanece a mi lado, invierno amigo. ¿Qué podría ofrecer la primavera a quien todo lo ha visto? Se apodera de mí el temor de renacer. Testigo he sido ya de tanto, que conmigo no hay mejor provisión que la ceguera. Enciérrame en ti mismo, que la fiera que aún ruge en mí no sea mi enemigo. Pues volverá a cazar cuando el deshielo te ahuyente de mi lado, y en revuelo regresen ánades y golondrinas, y al bosque, rifle en mano, cazadores ensangrentando el lecho de las flores… Ah, morir en las nieves cristalinas.
Los Angeles, 7 de abril de 2009
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2067 - Fuimos el río
Muriendo voy tan lenta, lentamente, arrancando una a una las raíces que en mí arraigaste en tiempos más felices, de los que el alma en parte se arrepiente. Fuimos el río, tú eras la corriente, y yo el ribazo, ambos aprendices de estar y huir, de fondos y matices, vital de un lado, de otro, contingente. Siguió fluyendo el agua, hasta que un día, enmudeció su canto, y fue elegía en la inmóvil quietud del cauce seco. Macilenta la fronda en cada orilla, y entre ambas agrietándose la arcilla, germina un llanto que repite el eco.
Los Angeles, 8 de abril de 2009
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2068 - Naufragio
He naufragado en tus orillas, cuando todo apuntaba al fin de mi viaje; tantos años cargando mi equipaje por los puertos del mundo, fondeando en dársenas extrañas, y zarpando a la primera luz en el velaje, buque fantasma que el peregrinaje va por los siete mares prolongando. Alto en el litoral, brindando amparo, me sedujo el destello de tu faro, como a Ulises los cantos de sirenas. Y sucumbí. Mas volveré al empeño. Tendré nuevo bajel y nuevo sueño, y al fin, quizá, benévolas arenas.
Los Angeles, 9 de abril de 2009
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2069 - Nueva génesis
Logro escuchar en mí cantos futuros que voces, vivas ya, no han descubierto; acordes que las salas de concierto aún no han hecho vibrar entre sus muros; los versos más intensos, los más puros que están por escribir, y me trasvierto de formas y colores que despierto en zonas planas, ángulos oscuros. En esta nueva génesis del mundo, yo soy el creador, en lo profundo de mi obsesión, troquelador de vida. Vida que tú me das, que es el motivo de ver también el universo vivo, con la anticipación de tu acogida.
Los Angeles, 9 de abril de 2009
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2070 - Sin hablar
Deja que te hable sin hablar. Si entiendes, si llego a ti y penetro tu corteza, si consigo extenderme a la cabeza, y luego al corazón, y te desprendes de pasados equívocos, si enciendes de nuevo el viejo fuego y tu tibieza comienza a caldearse, y la aspereza de tu actitud se lima y la desprendes; si al fin tus ojos tornan a los míos con cierto arrobamiento, y los desvíos de ayer son hielo al sol, telón de viento; las palabras serán innecesarias; dos concéntricas almas solidarias dialogan en su propio acoplamiento.
Los Angeles, 10 de abril de 2009

Poemas

Ventana, de noche
Anochecía. Dormitaba el campo. Mantenían abiertos las farolas sus ojos pálidos, amarillentos, como viejas marchitas que pernoctan a un lado de la calle, en fila india, sin ir a ningún lado. Las gaviotas, en la playa cercana, apagaron sus vuelos en las rocas, y apelmazada niebla de silencio se abrazaba a los olmos en la sombra. Yo observaba, de lejos, tu ventana, rectángulo de luz, con las magnolias atisbando de cerca tu movimiento al interior por horas. Yo también acechaba, viendo tu silueta misteriosa ir y volver a largos intervalos de un lado al otro lado de la alcoba, como quien no acertara a desplomarse sobre el lecho a solas. Una vez apartaste los visillos, mirando afuera, como quien explora los oscuros secretos de la noche, sin saber con certeza si se agolpan, llamando a los cristales, a ritmo de laureles o derrotas. Este momento no era, ciertamente, de trompeta y tambores de victoria. Era tiempo de nubes en que luna y estrellas se arrebozan, sin más testigos que, despreocupadas, hieráticas y tristes, las farolas. Se ahogó por fin el marco luminoso de tu ventana. Proseguí en la sombra, ignorando por qué. Nada esperaba, nada intentaba hacer, hasta el aroma de la hierba mojada, sofocante, daba al ambiente un aire de mazmorra. Busqué mi libertad. Al alejarme, no retomé el camino, mas la angosta senda serpenteante entre los olmos, escuchando el crujido de las hojas bajo mis pies, y sin volver la vista. Parecía la vida tan remota…
Los Angeles, 7 de abril de 2009
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Regreso de Ulises
Yo, Ulises, u Odiseo, vástago de Laertes y Anticlea, y rey de Ítaca, me considero, ante todo, guerrero y estratega. Diez años he luchado ante los muros de la ciudad de Troya, en ausencia de mi esposa Penélope, diez años de lucha y muerte, al sol y a las estrellas. Fue por una mujer. Todos los griegos lucharon, o murieron, por Helena; y por ella murieron y lucharon los troyanos también. Era tan bella… La ciudad en derrota y destruída, regresamos al fin a nuestras tierras. Otros diez años por el mar perdidos. Ah, dioses vengativos, hechiceras, ninfas enamoradas, (sí, Calipso, mi cuerpo y alma cómo te recuerdan…), huracanando el mar, tridente en mano, Poseidón virulento, las sirenas… Nadie cantó jamás en mis oídos como lo hicieron ellas. Yo, tan nostálgico de mi Penélope, fui superando prueba sobre prueba, con la esperanza de llegar a casa, al viejo amor, a la mansión de piedra entre olivares, frente al mar tan nuestro, y encaramándose al balcón la hiedra. En tantos años de orfandad y angustia siempre me fue tan fiel, siempre a la espera. Ya en la lucha contra los elementos, ya en la plácida vida, ya en la niebla que me ocultaba el mar, el mar tan nuestro, en la brisa apacible, o la tormenta, iba mi pensamiento hacia su lado, diez años de combate, y diez sin tregua. Al fin las costas de Ítaca surgieron frente a mis ojos. Una blanca vela venía a nuestro encuentro. Me lo contaron todo. Quién hubiera muerto a los pies de Troya, como Aquiles, como Ajax, y Patroclo. No debieran jamás los héroes regresar a casa, sino yacer, armados, bajo tierra. Homero, el ciego, falseó la historia; al fin era poeta. Y cantó las virtudes de Penélope. Yo supe de su olvido y mi vergüenza. Di la vuelta al timón, y di la espalda a mi querida patria, ya tan cerca. No tengo nada a que volver, sigamos a mar abierto; habrá otras islas, reinas prestas a amar a los advenedizos, ninfas desnudas, lúbricas, sedientas, hechiceras cantando sus conjuros, sobre las olas pálidas nereidas. Tal vez olvide que sobre mi lecho manos extrañas la revolotean.
Los Angeles, 9 de abril de 2009
Diseño: Carmen Álvarez
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