Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Mientras la luna brilla

Índice

Sonetos:
No me aislaré Te buscaré Morir, ser muerto Tal vez Tacto Roble En enero Actriz Hacia tu costa Subir, caer Sin palabras Último capítulo Atropello De paso Tan tarde ya En inmovilidad
Poemas:
A la montaña Elementos Canícula
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Breverías

1098
Al ángel de la amnesia me encomiendo, que fue espada sangrienta mi memoria; borrada queda esta lección de historia, de tu ruta y de ti me desentiendo.

1099
Bajo mis pies, el mar, o yo sobre las olas, libre en el aire puro, como nube con alas, un ocaso de fuego con rojo de amapolas reviste al horizonte de sus mejores galas. El mar es el amante que recibe y abraza, dilema de mareas con ofrenda y rechazo; como cualquier amante seduce y despedaza, y entre sus aguas siento su beso y su zarpazo.

1100
El amor tiene sólo una certeza, su fin, más que tardío, prematuro; a menudo lo sabe lo cabeza, pero el alma lo ignora, tras el muro que a ambos separa; si el amor tropieza, el muro se cuartea; aún inseguro, el corazón inventará razones para alargar sus vanas ilusiones.

1101
Quisiera rescatar cuantos rincones quedan en sombra y polvo en nuestra vida; de nuevo abrir ventanas y balcones, y el sol en ellos otra vez resida. Cada ángulo perdido, cada esquina, fue una parte de ti, de mi fue parte; hoy son tierra de nadie, templo en ruina, fantasma azul, cansado de esperarte.

1102
Si yo te amé, no fue decisión mía; como aire y cerro y manantial suceden, sucedió; como el mar en la bahía, cuyas olas avanzan, retroceden, y vuelven a la carga, día a día, sin saber por qué lo hacen, o si pueden. Por sí solo el amor logró entreabrirse, y un día, ajeno a mí, podrá extinguirse.

Sonetos

866 - No me aislaré
Ya tu inmovilidad no me hace daño; sangré al disminuir tu movimiento, mas se cerró la herida, y el lamento fue descendiendo al último peldaño. No me aislaré, como hace el ermitaño, a mundo y piel hostil en su elemento; hay demasiado en mí de sentimiento, y hoy, como ayer, de abrazos me acompaño. Veré pasar los días uno a uno, aceptaré los besos, daré alguno, quizá halle en otros labios tu sabor. Mas seguiré besando, hasta borrarle; si persiste, si no logro olvidarle, le dejaré quedarse..., sin dolor.
Los Angeles, 16 de agosto de 2003
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867 - Te buscaré
No he de buscarte entre la letra escrita que colma interminable mis estantes; los tratados de amor suenan distantes, y el Kamasutra a media luz dormita. Te buscaré en mí mismo, y si es que habitas en la región extraña a otras amantes, sabré que todo lo intentado antes fue canción apagada, flor marchita. Sabré que he caminado en el desierto sin ruta o meta, y que mi avance incierto era vagar en círculo cerrado. Y quedaré contigo, como estuve tanto tiempo, ignorando que te tuve, pero hoy conscientemente enamorado.
Los Angeles, 16 de agosto de 2003
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868 - Morir, ser muerto
No sé por qué mi amor ha mantenido fatídica alianza con la muerte; ignoro si este amor que en mí se vierte a morir o a ser muerto haya nacido. Se muere cuando el plazo establecido llega a su fin: azar, destino, suerte; ser muerto es prematuro, nos convierte en víctimas de crimen cometido. No me importa morir, no tengo miedo, es parte inevitable de este enredo de vivir los que no hemos sido dioses. Ser muerto en pleno amor es diferente, es traición, castigando al inocente, que apuñalado queda en los adioses.
Los Angeles, 16 de agosto de 2003
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869 - Tal vez
Tal vez no te amaré, tal vez no tenga el alma para ti tersa y madura, ni me ames tú; rezumará amargura cada brindis de amor que sobrevenga. Tal vez en las palabras se mantenga tono cortés, amago de ternura, que grotesca la mente desfigura, sin lógica imparcial que la detenga. Tal vez, tal vez...¿Por qué siempre la duda? ¿Por qué cobarde el corazón se escuda en lo que puede ser, sin tal vez serlo? Tal vez no te amaré, tal vez tampoco tú me amarás; tal vez esté tan loco como lo estás, y no queremos verlo.
Los Angeles, 19 de agosto de 2003
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870 - Tacto
Tu tacto es insistente melodía tecleada en la piel de mi piano; látigo de relámpago lejano que origina en mi noche breve día. Enciende amnesia, traza rebeldía, y en alborozo impúdico, pagano, multiplica los dedos de la mano, en mí la tuya como en ti la mía. Tócame larga, infatigablemente, con suave roce o pulso irreverente, como quien alza bloque sobre bloque. Gradual, con un programa sin programa, como un enigma que tendrá en la cama su propia solución en cada toque.
Los Angeles, 20 de agosto de 2003
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871 - Roble
No volveré a vivir lo ya vivido; loque fue, no será, ni es hoy tampoco; si al fondo de mis sueños aún lo invoco, al despertar lo encontraré perdido. Hay un roble en mis campos, abatido por el hacha del tiempo; poco a poco se fragmenta en astillas; sólo un loco pretendería verlo adormecido. Tal vez en las raíces cobre aliento nuevo impulso, y germine verde al viento fecundo tallo en avidez de altura. Será distinto roble, nunca el mismo; semejante en perfil y dinamismo, pero sólo una sombra que perdura.
Los Angeles, 20 de agosto de 2003
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872 - En enero
Era una alfombra mágica la mesa donde tu mano dialogó a la mía; desde su borde en vuelo se veía sendero gris que el páramo atraviesa, por donde el pie que avanza no regresa, que no tiene final ni se desvía, cuyo placer está en la travesía, no en la llegada a donde no interesa. Sobrevolamos juntos el paisaje, preconcebimos singular viaje por el gozo de andar, sin paradero. Y acordamos: “Mañana, sin contrato, libres como las nubes”... De inmediato, florecieron rosales en enero.
Los Angeles, 21 de agosto de 2003
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873 - Actriz
Hablas palabras que otros han escrito, y maduras en ti unos sentimientos desprovistos de sangre, sólo atentos al remedo; son rosas de granito. Quien te observa te escucha como grito más que como suspiros o lamentos; sólo a la mente van tus fingimientos, el corazón exige más que un rito. Si yo fuera testigo de tu arte sobre el proscenio, habría de esperarte al fin de la sesión para decirte: “Has hablado de amores al gentío; haz ahora tu lenguaje sólo mío”; y al ver mis ojos, no sabrías irte.
Los Angeles, 23 de agosto de 2003
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874 - Hacia tu costa
La seriedad del mar se desbarata al rodar en la playa; sombra o bruma devienen la sonrisa de la espuma cabalgando en las olas, serenata de rumor en yacente catarata reprimida en la arena, como pluma frenando al cazador. La luz se esfuma sobre el atardecer. Luna de plata. Hay silencio de voces; rutinario suena el reloj del viejo campanario; revolotea la última gaviota. Ciego el destello circular del faro, incapaz de fondeo, en desamparo, mi corazón sobre las aguas flota.
Los Angeles, 23 de agosto de 2003
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875 - Subir, caer
Perenne efecto de montaña rusa en el itinerario de mi entraña, fluctuando entre alcázar y cabaña, de mano abierta a codo que rehusa. Ah, venas visionarias, mente ilusa, tejedoras de idílica maraña, utopía que ensalza, y pronto engaña, y a la que damos nueva fe y excusa. Tantas veces subí a lomos del gozo, tantas caí a los cascos del sollozo, subir, caer, subir, seguir cayendo... No sé si desertar beso y mirada por evitar codazo y dentellada, o entre sonrisa y sangre irme muriendo.
Los Angeles, 24 de agosto de 2003
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876 - Sin palabras
Vengo sobre las alas de la aurora a ti, que de tan sola no has dormido; mírame sin palabras; extinguido sigue todo murmullo en esta hora. La luz no entiende de rumor, ignora cuanto vibra, el silencio es su sonido; ella me guía, y de silencio ungido, a tu piel impaciente me incorpora Si la noche fue larga, desvelada, más se dilatará esta madrugada, eslabonando al fin noches y días. Qué amanecer tan claro, tan extenso, oyendo lo que piensas, lo que pienso, sin palabras decrépitas, vacías.
Los Angeles, 24 de agosto de 2003
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877 - Último capítulo
Esta oquedad que llevo de ti llena, llámese corazón, alma, o memoria, representa, en el libro de mi historia, el último eslabón de la cadena. Capítulos de ayer, foso y almena del castillo interior, firme en su gloria, reconocen su suerte transitoria, alcázares fundados en la arena. No he de cerrar definitivamente mi libro, porque en él estás presente, si en sólo una sección, la decisiva. Ni volveré a capítulos leídos; me hicieron lo que soy, quedan dormidos; tú, mi lectura auténtica, exclusiva.
Los Angeles, 25 de agosto de 2003
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878 - Atropello
Se me acercaba con el arrebato de la mujer infiel que ya no duda; boca tan elocuente como muda, mirada inamovible, sin recato. Con el gesto incisivo de un retrato de Antonio Moro, en pose casi ruda, y resuelta intención que se desnuda como quien algo exige de inmediato. Se detuvo ante mí, sonrisa ausente, por un breve momento; de repente sus manos enredaron mi cabello. Y me besó en los labios. Y otras cosas. Y yo me dejé hacer; horas gozosas de irreprimible, lúbrico atropello.
Los Angeles, 26 de agosto de 2003
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879 - De paso
El mismo vino en diferente vaso; bebo, me embriago, caigo..., voy tejiendo la vida en ciclos huecos, y eludiendo más el laurel del triunfo que el fracaso. Ya no hay amanecer, sólo hay ocaso, no emerge el día, sólo va muriendo, la noche no son dos enloqueciendo, sino uno en soledad y otro de paso. ¿Qué hago contigo en este absurdo encuentro? ¿Qué hago conmigo? ¿Qué me queda dentro, sino un conato de vivir fallido? Viniste, vine, y ahora partiremos, sólo un vago recuerdo guardaremos en la oscura antesala del olvido.
Los Angeles, 27 de agosto de 2003
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880 - Tan tarde ya
El profeta salmodia otro conjuro sobre el lecho del fiel agonizante, mas su palabra es címbalo distante, y la muerte ya atisba tras el muro. Fue luminoso en mundo tan oscuro, en entorno tan gris, fue apasionante, pero hoy no es más que exhausto caminante que a la recta final llega inseguro. Como saben amar los pecadores, así él amó, entre obstáculos y errores, cayendo a golpes de hacha como el pino. Llegó el amante-leñador-profeta con palabras de rosa y de violeta..., tan tarde ya, muriendo el peregrino.
Los Angeles, 30 de agosto de 2003
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881 - En inmovilidad
¿Qué otra mujer sucederá en mi vida? Pasan las nubes, la fragancia, el viento, mueren la luz, la sombra y el momento, y apenas dejan rastro a su partida. Obstinado aún espero, con la herida como un recóndito clavel sangriento, anclado el pie en un bloque de cemento, y el alma de silencio revestida. En inmovilidad, en desconcierto, como en lóbrego sueño, aunque despierto, veo pasar las horas, indolentes. Aún atada a tu muelle mi barquilla, mis días van, mientras tu luna brilla, rodando en círculos, indiferentes.
Los Angeles, 31 de agosto de 2003

Poemas

A la montaña
Me invitó a la montaña. Era un sendero angosto, retorcido, aún blando de las lluvias abrileñas; y era mayo en sonrisa y en suspiro. En el barro no había comentarios de otros pies, casi virgen el camino. Verdes los campos húmedos, al roce de temprano sol dormidos, y los robles, acacias y castaños en un regazo de silencio tibio. Caminamos sembrando nuestras voces, sosegadas, como íntimos latidos, con la complicidad de quien ya sabe que la montaña no es el objetivo. Nos abrimos a la naturaleza sobre la fresca alfombra de rocío, y en campo abierto, a cielo despejado, ejecutamos del amor los ritos.
Los Angeles, 19 de agosto de 2003
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Elementos
La luz, tan intangible, la luz, tan silenciosa, que tan furtiva llega como se va furtiva; como viniste un día, radiante, sigilosa, como te fuiste un día, mortecina, evasiva. La lluvia, innumerables lágrimas derramadas sobre el cristal que impide caricia y galanteo; tan cerca de las manos, hacia ti desplegadas, tan lejos de la llama que atiza mi deseo. La oscuridad, la noche, denso, envolvente manto, lúgubre abrazo frío con sudores de muerte; la canción se atenúa, se fortalece el llanto, y el dolor, en silencio, sobre el alma se vierte. El viento, mensajero de lejanos sucesos, murmurando al oído cuanto escuchar ansiamos, no los hechos maduros, mas los sueños impresos en tablillas de cera que al fin desbaratamos. El río, infiel amante que nos tuvo y se aleja sin apenas dejarnos impronta memorable; de quien nos dio susurros ahora escuchamos queja, y quien amante fuera, ahora es tan sólo amable. Y tú en cada elemento de la naturaleza, luminosa y oscura, fugitiva y presente, origen de mi gozo, causa de mi tristeza, tan genuina en mi sueño, tan banal en tu ambiente.
Los Angeles, 21 de agosto de 2003
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Canícula
Zarpazo de aire inmóvil sobre el rostro, al implacable sol de las callejas; las paredes de cal hieren la vista, y cobarde la sombra se repliega. Tórrido mediodía castellano en el denso silencio de la aldea. Luz y calor, deslumbradora asfixia, duerme la brisa al pie de las higueras. Vacío está en la torre el nido de cigüeñas, y en el reloj de números romanos, la mano minutera trepa en desgana desde el seis al doce, y se deja caer hacia la media. Es como si la muerte, perezosa, marcando cada puerta, respetara las vidas, y las aletergara en somnolencia.
Los Angeles, 27 de agosto de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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